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Juppé pide ayuda a los balladuristas para salvar su Gobierno en Francia

Enric González

Crisis del franco y desconfianza de los mercados internacionales, impopularidad interna por la subida de impuestos, psicosis de atentados y riesgo de procesamiento por abuso de bienes públicos: el primer ministro francés, Alain Juppé, se encuentra acorralado. Ayer, ante la conferencia de parlamentarios gaullistas reunida en Aviñón, Juppé pidió el respaldo de los fieles de Edouard Balladur para remontar la situación y salvar el primer Gobierno del presidente Jacques Chirac. "Me hacen falta referencias y puntos de apoyo" dijo. El primer ministro se enfrentará a partir de mañana a una semana crítica. Otro desplome del franco podría serle fatal.

Alain Juppé ha acumulado los errores en sus primeros cinco meses de mandato. Ha sido soberbio ante las acusaciones de privilegio por su vivienda, imprudente en sus afirmaciones y arrogante ante quienes criticaron su presupuesto.No supo atajar a tiempo el problema de su lujoso y económico piso concedido por el Ayuntamiento de París en 1991), cuando él era adjunto al alcalde Chirac al riesgo de procesamiento por delito de injerencia, que aún existe, se solapa una imagen de privilegio muy dañina en un país desagarrado por las diferencias sociales. La mudanza que anunció el viernes, junto con la de su familia -ex esposa, hijo y cuñado- de las viviendas municipales de que disfrutaban, puede llegar demasiado tarde.

Tampoco supo medir el alcance de sus palabras. Unos días atrás quiso salvar su crisis de popularidad apelando, en el mas puro estilo gaullista, a la emergencia. Habló de "peligro nacional" al referirse a la situación económica. El tiro salió por la culata. La población, incapaz de percibir ese "peligro", no se movilizó. Al contrario, el martes se celebrará una huelga general del sector público. Quienes sí se alarmaron fueron los inversores internacionales, con la consiguiente baja del franco y de la bolsa.

El presupuesto es, sin duda, el principal problema para Juppé. Para hacer frente al enorme déficit presupuestario y al endeudamiento público, decidió subir los impuestos, pero no recortó significativamente los gastos del Estado. Eso comportó un doble perjuicio: crisis de popularidad doméstica, por la cuestión fiscal, y crisis de credibilidad internacional, por la timidez con que se trató el capítulo de gastos.

Los inversores internacionales, nuevos dueños del mundo, pensaron que a ese ritmo Francia no podría rebajar, en dos años, su actual déficit (5% del Producto Interior Bruto) hasta el máximo exigido en los tratados de Maastricht (3%). Una Francia que no estuviera en condiciones para la unión monetaria de 1999 se convertiría en un país marginal y, además, dejaría irreversiblemente mutilado el gran proyecto macroeconómico europeo.

El problema presupuestario no es, sin embargo, tan fácil de resolver. Todos los gurús internacionales le recomiendan lo mismo: cortes drásticos del gasto público, empezando por reducir el número de funcionarios. Pero Francia es un país de tradición estatalista. Reducir el Estado significa reducir una cierta idea, muy arraigada, de Francia. El despido de Alain Madelin como ministro de Finanzas, tras sólo tres meses en el cargo, fue un síntoma claro de la hipersensibilidad general: cuando habló de los "privilegios de los funcionarios", Madelin cayó del Gobierno. Y los mercados desconfiaron.

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Ante toda esta situación, Juppé necesita contraatacar con éxito. Cuando es necesario desmentir los rumores de dimisión, como ocurrió el viernes, la inercia lleva al desastre. Ayer, ante los parlamentarios gaullistas reunidos en Aviñón, el siempre frío Juppé se mostró emotivo y caluroso. Pidió ayuda a los hombres del ex primer ministro Édouard Balladur, los grandes pesos pesados de la derecha, que han asistido hasta ahora con satisfacción mal disimulada a los apuros del que fue su rival en las presidenciales. Juppé se mostró dialogante y conciliador. Un cambio-radical.

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