Rebeca Andrade, la gimnasta brasileña que empuja a la reina Simone Biles
La deportista de 25 años atesora cuatro medallas, es hija de una empleada del hogar y llegó por casualidad a la disciplina
Casi nadie duda de que la brasileña Rebeca Andrade (25 años, 155 centímetros, 45 kilos) sería la reina planetaria de la gimnasia artística si no fuera contemporánea de la extraordinaria Simone Biles, 27. La estadounidense la entronizó un día como la rival idónea con el gesto de colocarle una corona y ahora lo ha verbalizado en París, en su triunfal regreso a unos Juegos Olímpicos: “Creo que Rebeca me empuja a dar lo mejor de mí misma. Es una atleta y una gimnasta fenomenal. Así que me alegro de que estuviera allí para empujarme”. Adversarias que se regalan halagos mutuos. La trayectoria que ha llevado a la brasileña a conquistar seis medallas olímpicas (dos en Tokio y cuatro en París, más que ningún otro compatriota) arrancó con un cúmulo de casualidades y carambolas que la llevaron, con cuatro años, a estrenarse en un deporte dominado entonces por esqueléticas adolescentes blancas.
Acabó en un gimnasio porque Rosa Santos, madre de la deportista, de otros seis hijos y cabeza de familia, tenía el problema que sufren millones de empleadas domésticas que en Brasil se levantan de madrugada para llegar al trabajo tras una, dos o tres horas de autobús. Con quién dejar a sus hijos mientras cuidaba de la prole y los hogares de otras familias lejos de la modesta vivienda familiar en Guarulhos, una ciudad a 25 kilómetros de São Paulo que ahora, para los brasileños, es la cuna de Andrade además de albergar y dar nombre al aeropuerto internacional.
La pequeña Rebeca era un terremoto, una de esas crías que no para un minuto. Aprendió a brincar subiendo a las literas de su cuarto. “Desde pequeña siempre fue muy traviesa, hacía todo saltando, pero yo no tenía mucha noción de cómo funcionan las cosas, de dónde había un gimnasio”, contó su madre en 2021, tras las dos medallas que logró en los Juegos de Tokio.
Resulta que una tía suya, funcionaria, fue enviada a un gimnasio municipal de Guarulhos para suplir la baja de una cocinera. Se llevó a sus hijas y a la sobrina terremoto que adoraba bailar. La idea era que soltara allí su infinita energía. Su talento pronto fue evidente en aquel programa social de iniciación a la gimnasia que ofrece un abanico de deportes, tiene miles de alumnos y es una de las canteras de la gimnasia brasileña.
Gracias a su destreza en los aparatos, empezaron a compararla con Daiane dos Santos, la campeona mundial que abrió el camino a las gimnastas brasileñas. El horario escolar de la cría fue adaptado a los entrenamientos. La familia Andrade se volcó con ella pese a las estrecheces, pero en ocasiones tuvo que dejar de entrenar por falta de dinero. Los desplazamientos, como siempre en las periferias de las grandes ciudades de Brasil, eran un desafío. Hasta que su hermano mayor consiguió una bici, hacían a pie el largo trayecto hasta las prácticas.
En año y medio, la niña estaba en un grupo de alto rendimiento. Y a los diez, la cosa se puso aún más seria. Los saltos y piruetas dejaron de ser solo un divertimento. Para dedicarse a fondo a entrenar se mudó a Curitiba, a 440 kilómetros al sur de Guarulhos. La deportista ha contado que dejar de ver a su madre y hermanos fue doloroso, pero no tan traumático porque en Guarulhos ya vivía entre semana con una monitora.
Comenzaba una carrera deportiva que la ha llevado a conquistar otras cuatro medallas en París (oro en el ejercicio de suelo, plata en salto y en el concurso general individual y bronce en el de equipos), ser bicampeona mundial en salto (2021, 2023) y campeona mundial individual en 2022. En cuanto pudo, compró un apartamento para su familia, en Guarulhos.
Debutó como olímpica a los 17, en su patria, en Río de Janeiro. Y aunque se fue de secano, ya era presentada como una de las mejores gimnastas del mundo. Cosechó incluso elogios de la gran Biles.
El momento más crítico de su trayectoria profesional fue probablemente la rotura del ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha que la llevó tres veces al quirófano para lograr reconstruirlo y la apartó de las competiciones durante una larga temporada.
El mayor imprevisto de los últimos tiempos —la pandemia de covid-19— le dio la oportunidad de disputar sus segundos Juegos. Gracias al coronavirus y a que la cita olímpica fue aplazada, tuvo el tiempo necesario para recuperarse plenamente de las lesiones y llegar a Tokio 2021 en una forma óptima. Sin duda, la ausencia de Biles, retirada para cuidar de su salud mental, le dio un espacio impagable para triunfar y brillar como nunca. Animada por una de sus terapeutas, estudia Psicología.
Las dos medallas de Tokio (oro en potro, plata en el concurso completo individual), unidas a la sequía de títulos de las selecciones de fútbol, la convirtieron a partir de entonces en la heroína indiscutible del deporte brasileño. Que elija temas funk de las favelas, Beyonce o Anitta para sus ejercicios electriza a sus compatriotas.
Cada uno de sus triunfos es aún más especial para todas esas niñas negras que han crecido alisándose el pelo y oyendo que su fisonomía no casaba con la gimnasia artística o el ballet clásico. La columnista Flavia Oliveira escribía este jueves en el diario O Globo que Andrade encarna “el sueño de los antepasados arrancados de África para afrontar un destino cruel e incierto” en Brasil, un país que construyeron con su trabajo forzado.
Andrade se despidió de París con cuatro medallas. Tiene la vista puesta en dosificarse y prolongar su carrera. Dice que cuando compite no se fija en Biles, el marcador o los puntos, se concentra en sí misma.
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