Rodrigo Moreno, el cineasta argentino que busca la libertad a través del cine
El director de la aplaudida ‘Los delincuentes’ muestra su oposición a los recortes a la producción audiovisual ordenados por el presidente Javier Milei
Morán, uno de los dos protagonistas de la película argentina Los delincuentes (2023), está cansado de la monotonía de su vida como banquero. Harto de dedicarle ocho horas al día a una empresa multimillonaria por un salario mediocre como tesorero, idea un plan: robará al banco, esconderá el dinero, se entregará a la Policía y después de pasar unos años en prisión, nunca más trabajará. “¿Tres años y medio en la cárcel o 25 en el banco?”, le pregunta a su socio en el crimen. Con su última película, el cineasta Rodrigo Moreno (Buenos Aires, 51 años) ―a quien Casa de América dedica una retrospectiva en marzo y abril― vuelve a preguntarse si se puede llamar libertad a ser un engranaje más en una estructura que premia la productividad y la eficacia. Otra historia en su filmografía ocupada por personajes periféricos que se despiertan de un largo letargo y se lanzan a lo incierto.
“Los delincuentes habla sobre la búsqueda de libertad, pero también sobre mi propia libertad como cineasta”, sostiene Moreno en una de las habitaciones del Palacio Linares, sede de Casa América. La película, disponible en Filmin, ha sido calificada por la crítica como una de las mejores producciones del cine argentino de los últimos años. Se estrenó en el pasado festival de Cannes, y ha pasado por San Sebastián, Nueva York o Toronto, y se estrenará en 30 países, incluidos Francia, Italia o Reino Unido. “Ha conectado bien porque refleja el mundo postpandémico, donde el trabajo pasó a ser el centro total de nuestra existencia, donde la idea de la productividad y del dinero son casi la única forma de medir cualquier cosa que hagas en la vida. Si da plata o no da plata”.
Cannes rechazó las películas anteriores de Moreno y esperó hasta su séptimo largometraje (quinto en solitario) para finalmente aceptar una producción suya. Sin embargo, sus señas de identidad no han cambiado: siempre estuvieron en su obra los personajes que se debaten entre el tiempo productivo y el improductivo, el ocio y la tarea, la obligación y la satisfacción, la libertad y la dependencia. Si en Los delincuentes, inspirada en el clásico Apenas un delincuente (1949), son dos banqueros quienes se enfrentan a estas cuestiones, en El custodio (2006) es el guardaespaldas de un ministro cuya vida se limita a ser la sombra de un político, y en Un mundo misterioso (2011) ―ambas fueron parte de la selección oficial de la Berlinale― es un treintañero al que le acaba de dejar la mujer y debe irse de casa para adentrarse en un mundo con nuevos pasatiempos, compañeros y ligues.
“Es un cineasta que aborda, desde perspectivas no convencionales ni obvias, las diferencias de clase, los abusos laborales, el uso del tiempo, la libertad”, resume el crítico de cine argentino y director de la revista digital Otros Cines, Diego Batlle. Reimon (2014) es el filme de Moreno donde la crítica hacia el sistema laboral es más explícita. La película, sobre una empleada del hogar que cada día debe viajar 30 kilómetros en transporte público para llegar a su trabajo, empieza detallando cuánto costó producir la película, las horas que se invirtieron en ella y cómo se pagó el salario del equipo. “Claramente es cuestionador del capitalismo más salvaje, exponiendo las contradicciones, la explotación y cómo genera mecanismos como la revancha y la culpa”, continúa Batlle.
Moreno también tiene su propia búsqueda de libertad, la de poder hacer un cine autoral y contracultural. Le ha costado mucho financiar sus proyectos ―Los delincuentes debía ser rodado en un año y terminaron siendo seis― precisamente por no ser concesivo con las aspiraciones masivas de las productoras. “Mis películas conllevan una idea de rebeldía, no solo de los personajes que deciden cambiar su destino, sino contra las zonas previsibles que el cine contemporáneo reproduce en cantidad”, opina el director. Sus formas de narrar son particulares: muchas escenas de interiores, personas haciendo cosas cotidianas (tomando el desayuno, peinándose, leyendo, despertándose), pocos diálogos, planos fijos que capturan lo intrascendente o un humor absurdo.
Las “zonas previsibles” de las que habla el bonaerense son los intentos de emular el rentable estilo de las plataformas. “Es increíble cómo las series que querían parecerse al cine han logrado que el cine se quiera parecer a ellas”. En ese intento de buscar alternativas a la “mirada impositiva” del streaming ―como la definió el crítico de The New Yorker, Richard Brody―, Moreno se convirtió en su propio productor desde su segunda película individual, Un mundo misterioso. “Cuando pienso en una película, no solo lo hago en la historia, sino en cómo quiero filmarla, bajo qué condiciones y esas son decisiones de producción. No me gustan rodar escenas nocturnas, entonces mis guiones no van a tenerlas”. Además de dirigir y producir sus filmes, también los escribe y los monta.
Como autor total, no podía faltar el control sobre la interpretación. A Moreno le gusta repetir a sus actores. “Me encanta que se vayan forjando como una tropa”, dice y menciona como ejemplos a Jean-Pierre Léaud con Truffaut, Matti Pellonpää con Aki Kaurismäki o De Niro con Scorsese. Su tropa está conformada por Cecilia Rainero, Germán de Silva y principalmente Esteban Bigliardi, con papeles fundamentales en sus últimas tres películas. El intérprete, que actuó en La sociedad de la nieve cuando el rodaje de Los delincuentes estaba detenido, cuenta a EL PAÍS que conoció a Moreno cuando el cineasta lo fue a ver hace 15 años al teatro Callejón, en la obra Algo de ruido hace. “La generación de Rodrigo, Lucrecia Martel, Lisandro Alonso o Santiago Mitre fue siempre muy curiosa con lo que pasaba en el teatro. Antes de ellos, el cine estaba divorciado de las tablas en Argentina”.
Aquella obra teatral, inspirada en el cuento La intrusa, de Jorge Luis Borges, no solo significó la génesis de la colaboración entre Moreno y Bigliardi, sino un punto decisivo del movimiento conocido como el Nuevo Cine Argentino. Los otros actores de la pieza, Esteban Lamothe y Pilar Gamboa, terminarían siendo los protagonistas de El estudiante (2011), de Mitre, y de La flor (2018), de Mariano Llinás, respectivamente. La fundación de la Universidad del Cine de Argentina en 1991 coincidió con la nueva ley de cine de 1994 que impulsaba la producción nacional a través de fomentos y políticas públicas. De ese momento, al que se suma la llegada de lo digital, son hijos una ola de cineastas de la que Moreno es uno de sus fundadores.
“Trapero y Llinás llegaron a tener sus propias productoras y han buscado un modelo más industrial en el caso del primero. Rodrigo es un poco al revés, arrancó con Julio Chavez [protagonista de El custodio] que estaba en un momento de popularidad y después va a un modelo más independiente, buscando su propia voz”, apunta uno de los autores del libro El nuevo cine argentino (2002) y director Sergio Wolf. Resalta que el grupo fue una reacción al cine costumbrista rioplatense de los ochenta, y que optaba por una formación cinéfila dando filmes de la talla de Nueve Reinas (Fabian Bielinsky, 2000), La ciénaga (Lucrecia Martel, 2001) o Historias mínimas (Carlos Sorín, 2002).
La amenaza Milei
Una cumbre del cine argentino que ahora se ve amenazado con las políticas radicales del presidente Javier Milei. Dentro de su plan de desguace del Estado, el político que se autodefine como anarcocapitalista anunció el lunes 11 de marzo, a través del Boletín Oficial, una serie de recortes al Instituto Nacional de Arte y Cine (INCAA) que incluye la “no renovación de contratos, el corte de financiamientos a festivales y restricciones al presupuesto”. “Con esta reforma no hubiera podido hacer Los delincuentes. No fueron capitales privados los que permitieron hacer la película, sino las políticas públicas de cada uno de los países que la produjeron”, confiesa Moreno.
El argumento que se maneja desde el Gobierno es el de “racionalizar los recursos” y que el INCAA “no es autosustentable”. “No hay que poner el cine en términos de esa productividad infame que pertenece a las empresas. El gasto que representa para el Estado argentino es muy poco en relación con lo que se genera. Con un rodaje circulas la economía de forma diferente: filmas en un pueblo y durante dos meses viven de las 100 personas que están instaladas ahí. Además de lo que implica tener una cinematografía propia, puedo conocer mucho de Irán porque conozco a Abbas Kiarostami o Jafar Panahi”, responde Moreno.
Una de las consecuencias, dice, será la reducción drástica de la producción y los mercados audiovisuales. La organización Colectivo de Cineastas ya anunció que se esperan al menos cuatro meses de inactividad. Eso sí, se creará menos, pero no se dejará de crear: “Si Rossellini filmó en la guerra, ¿qué nos detiene a nosotros?”.
Babelia
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