El primer paso para establecer límites sanos es el autoconocimiento: debemos saber qué nos gusta y qué no, cuáles son nuestras necesidades físicas y emocionales, y con qué estamos cómodos y qué nos da miedo.
El primer paso para establecer límites sanos es el autoconocimiento: debemos saber qué nos gusta y qué no, cuáles son nuestras necesidades físicas y emocionales, y con qué estamos cómodos y qué nos da miedo.
Andrea Montalvo

Frases como las mencionadas arriba son ejemplos de pensamientos que una persona puede tener si es que no existen límites en su relación. La palabra límite a veces nos asusta, porque los límites tienden a ser pensados como malos o innecesarios. Además, existe la idea de que, en una relación, nuestra pareja debe poder anticipar nuestros deseos y necesidades, y la idea de tener una frontera “interfiere” con la relación. Sin embargo, la realidad es que una relación (sea de familiar, de pareja, de amistad, o laboral) no puede ser saludable y realmente funcional si no tiene límites establecidos que sean claros y respetados.

Un límite puede definirse como una frontera física, emocional o psicológica que las personas establecemos a partir de nuestra propia experiencia y necesidades. Los límites deben ser justos y suficientes, y deben respetarnos a nosotros mismos, al otro y a nuestro entorno. Es importante que tengamos en cuenta que el tipo de límite que una persona considera justo y sano, para otra puede no serlo, pues todos tenemos historias y experiencias de vida distintas. Por esto la comunicación al establecer límites es un factor muy importante, pues asegura que las personas involucradas entiendan lo que quieren decir y negocien qué es lo que les funciona.

Existen dos tipos de límites emocionales que pueden verse en las relaciones interpersonales: los límites sanos o saludables, y los que no lo son.
Existen dos tipos de límites emocionales que pueden verse en las relaciones interpersonales: los límites sanos o saludables, y los que no lo son.

Entonces, un límite físico tiene que ver con lo que una persona se siente cómoda en relación con su cuerpo: espacio personal, privacidad, contacto físico y sexual. Los límites psicológicos y emocionales, por otro lado, marcan la línea entre lo que uno siente y piensa y lo que sienten y piensan los demás. Esto se puede ver como asumir la responsabilidad de las propias emociones y reconocer que no podemos controlar lo que otros sienten y piensan; además, involucra ser conscientes de lo que nos sentimos cómodos compartiendo con otros y el respeto hacia lo que otros quieren o pueden compartir con nosotros.

Así, existen dos tipos de límites emocionales que pueden verse en las relaciones interpersonales: los límites sanos o saludables, y los que no lo son. Para entender mejor cada uno, acá dejo algunos ejemplos:

Límites sanos:

sentirse responsable de la propia felicidad; tener amistades y otras relaciones fuera de la relación de pareja; hay comunicación abierta y honesta; se respetan las diferencias entre los miembros de la pareja; se pregunta con honestidad qué es lo que el otro quiere; se aceptan los finales; se puede decir que “no” sin miedo y se acepta cuando alguien lo dice; uno puede definir su propio valor y no espera que otros lo hagan.

Límites poco saludables:

sentirse incompleto sin la pareja; la felicidad propia depende de alguien más, usualmente de la pareja; hay juegos y manipulación en la relación; celos en altos niveles, que llevan a la desconfianza; uno no puede expresar lo que siente y/o quiere; no se puede dejar ir cuando algo terminó; no se respetan las creencias, valores y opiniones de la otra persona; no se puede decir que “no”, y no se respeta cuando alguien más lo dice; sensación de que se debe “arreglar” o “salvar” a otros.

Un límite puede definirse como una frontera física, emocional o psicológica que las personas establecemos a partir de nuestra propia experiencia y necesidades.
Un límite puede definirse como una frontera física, emocional o psicológica que las personas establecemos a partir de nuestra propia experiencia y necesidades.

Sin importar a qué tipo de límite hacemos referencia (físico o emocional), es importante recordar que los límites sanos se relacionan con lo que las personas quieren y necesitan y el respeto a las propias necesidades y a las de los demás. Así, los límites sanos no son rígidos, son fronteras flexibles que se amplían o cierran dependiendo de la situación. Entonces, los límites se encogen cuando sentimos que el entorno nos está invadiendo, y se expanden cuando queremos ampliar el espacio entre nosotros y los demás. Cuando logramos definir límites sanos, negociados y respetados, logramos diferenciarnos de otros, reconocernos a nosotros mismos, defendernos del entorno y protegernos de lo que nos hace daño.

Esto ayuda a que los conflictos con otras personas disminuyan, a que sintamos más confianza y seguridad en nosotros mismos y nuestras relaciones, a que podamos comunicarnos de manera más efectiva y asertiva, y a que podamos comprender a los demás de una manera más empática y segura.

Entonces, ¿cómo podemos hacer para establecer límites sanos en una relación?

  1. Trabajar la autoconsciencia: el primer paso para establecer límites sanos es el autoconocimiento, debemos saber qué nos gusta y qué no, cuáles son nuestras necesidades físicas y emocionales, y con qué estamos cómodos y qué nos da miedo.
  2. Trabajar en el autoconcepto: parte de hacer respetar nuestros propios límites empieza en el valor que nos damos a nosotros mismos. Por eso, es importante que trabajemos en valorarnos y respetarnos.
  3. Ser claros respecto a nuestras necesidades: cuando ya hemos definido qué es lo que necesitamos, debemos comunicárselo a la otra persona. Muchas veces, la falta de respeto a un límite se da por malentendidos y falta de comunicación.
  4. Ser específicos y directos: mientras más específicos seamos con nuestros límites, mejor entendidos y más respetados serán. Es importante que podamos decir, además de lo que queremos y necesitamos, lo que nos incomoda y no nos gusta.

Plantear, establecer y respetar límites sanos es importante, pero es una habilidad que se va desarrollando con el tiempo y la práctica. Debemos tener en cuenta que las personas cambiamos con el tiempo y que, por lo tanto, nuestros límites lo pueden hacer también. Aprendamos a revisarlos, a trabajar en conocernos y a confiar en que nadie sabe mejor lo que necesitamos que nosotros mismos, para poder establecer límites sanos y, por lo tanto, tener relaciones interpersonales saludables.

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