La Iglesia no siempre vigila bien el arte
El clero acumuló obras valiosas como objetos de culto, pero hoy falla al gestionarlas como piezas de museo - La institución católica está obligada a cuidar sus bienes, aunque no puede hacerlo sola
Un grupo de personas espera a que el párroco de Santa Catalina de El Bonillo, en Albacete, termine de oficiar la misa. Quieren ver el museo parroquial que hay en el interior de la iglesia. Tras despedir a los feligreses, el cura les abre la puerta de una especie de cámara acorazada tras marcar cuatro dígitos que desactivan la alarma. En su interior, los visitantes pueden ver, aparte del Cristo de los Milagros, la imagen más importante de esta localidad manchega de 3.000 habitantes, pinturas como un Cristo abrazado a la cruz, de El Greco. En la otra punta de España, en Vilabertran (Girona), la cruz procesional más grande de la Corona de Aragón, creada en el siglo XIV, vuelve a brillar, tras ser restaurada, dentro de una urna de cristal realizada en Milán que ha costado 18.000 euros. Son dos casos anómalos de conservación del rico patrimonio eclesiástico español (más del 70% del total), con miles de edificios, 91 catedrales y 500 monasterios entre ellos, pinturas, esculturas, tejidos, orfebrerías y libros, muchos de ellos desprotegidos y faltos de un buen repaso que les libere del deterioro del tiempo.
Los robos de arte sacro se mantienen estables entre 140 y 150 al año
Desde 1997, el Plan de Catedrales ha invertido 80 millones de euros
La desaparición del 'Codex' constata que ni las joyas únicas están protegidas
Los museos son el punto débil del aparato cultural de la Iglesia
"Las grandes exposiciones son electoralistas", señala Moril
En Galicia solo hay dos bienes muebles declarados de interés cultural
Con el reciente robo del Codex Calixtinus de la catedral de Santiago de Compostela se ha comprobado que incluso joyas únicas como este libro del siglo XII no están protegidas lo suficiente y pueden acabar en manos de amigos de lo ajeno. La importancia de la desaparición no ha de ocultar que la tendencia de los robos de arte en los últimos años es a la baja. Los cuerpos de seguridad del Estado aseguran que el número de delitos contra este patrimonio se mantiene estable entre 140 y 150, y que la mayoría de las veces lo que se sustrae son piezas de mobiliario más que obras de arte. La cifra se eleva a 200 -un 30% en iglesias-, según el Consejo de Patrimonio Histórico, órgano de coordinación entre el Estado y las comunidades autonómicas. En el caso de Galicia, la Fiscalía asegura que en 2010 se registraron 11 procesos judiciales por delitos contra el patrimonio histórico, 16 menos que en 2009. Parece que los tiempos en los que el ladrón Erik el Belga -acusado del robo de 600 obras, como las que sustrajo del interior de la catedral de Roda de Isábena (Huesca) en 1979, o las piezas de la arqueta de Sant Martirià de Banyoles (Girona) que se llevó al año siguiente, que han sido recuperadas, en parte, después de 30 años y tras pagar 500.000 euros- campaba a sus anchas por las iglesias españolas han terminado.
Ahora, según la policía, los robos son obra de clanes familiares, un total de 40 o 50 personas, que actúan, sobre todo, en las comunidades de La Rioja, Navarra y Castilla y León. En esta última lo tienen más difícil desde que la Junta creó una línea de subvenciones para dotar de sistemas de seguridad y vigilancia a las parroquias rurales. "El número de robos depende de las personas que estén en prisión en ese año. Otra cosa son los ladrones de libros, que suelen actuar solos y van a por piezas concretas", aseguran.
El patrimonio religioso no nació con intención estética, sino de culto. Además, muchas obras siguen estando en uso y pese a ser propiedad de la Iglesia, los feligreses los perciben como suyas. Esto ha llevado a sonadas disputas. En 1994, en Pastrana (Guadalajara), los vecinos hicieron guardia a las puertas del convento de la Concepción para impedir que las monjas "les robaran" las obras, alguna donadas por la princesa de Éboli en el siglo XVI, tras ordenar el obispo que cambiaran de edificio. En 2006, los vecinos de Caravaca de la Cruz (Murcia), se quedaron pasmados cuando las carmelitas de San José no dejaron ni las campanas tras vender el convento por más de 3,5 millones de euros para transformarlo en un parador. La última polémica es la cruzada que viven muchos municipios para impedir que se inmatriculen en el catastro como propiedad de la Iglesia casas rectorales, cementerios o solares, según el derecho que otorga la Ley Hipotecaria de 1946, y que el Partido Popular extendió en 1998 a iglesias, catedrales o ermitas. La Plataforma de Defensa del Patrimonio Navarro ha denunciado que son más de mil inmuebles los que la Iglesia ha hecho suyos en esta comunidad.
¿Cuida bien la Iglesia del patrimonio?
El artículo 38 de Código Civil reconoce a la Iglesia personalidad jurídica y le confiere libertad sobre los bienes eclesiásticos. Como propietaria, ha de velar para que no se deterioren, tal y como obliga la Ley de Patrimonio de 1985. Algo que la Iglesia sabe que no puede hacer sola. Por eso ha firmado acuerdos con las Administraciones. Uno de los más importantes es el Plan de Catedrales, en el que el Ministerio ha aportado, desde 1997, con cargo al 1% cultural, unos 80 millones de euros y ha intervenido en casi todos los edificios.
Pero, ¿cuida bien la Iglesia su patrimonio? Remedios Moril, doctora de la Universidad Católica de Valencia y autora de la tesis La gestión del patrimonio artístico de la Iglesia. Los museos y colecciones museográficas de la diócesis de Valencia, asegura que "en teoría sí, ya que ha creado normas y organismos para gestionarlo". Sin embargo, según Moril, "los documentos son poco concretos y no matizan qué obligaciones deben recaer en el Estado y cuáles en la Iglesia". Será por eso por lo que uno de los primeros acuerdos que se plantearon, el de realizar un catálogo de todos los bienes eclesiásticos, no ha concluido, aunque se fijó 2004 como fecha límite. Pese a eso, a finales de 2010 se habían inventariado 430.000 bienes eclesiásticos.
La venta de bienes ha sido uno de los problemas que más han afectado al patrimonio religioso, bien por desconocimiento o por necesidades económicas. Erik el Belga asegura que muchas de las piezas que sacaba al extranjero en camiones las había comprado a los sacerdotes. Parece increíble, pero, de hecho, hasta la ley de 1985 vender objetos religiosos no era delito. El historiador Jordi Campillo, en un excelente trabajo sobre el expolio en los pueblos del Pirineo catalán, ha demostrado, tras acceder a los archivos eclesiásticos, que los párrocos vendieron, en las primeras décadas del siglo XX, parte del 80% de los bienes desaparecidos en estos pueblos, con el consentimiento de sus superiores. Lo saben los vecinos de las aldeas pirenaicas de Conques y Ainet de Besan y por eso custodian en casa, por turnos, y de forma secreta, sus bienes más preciados: una espléndida cruz procesional de madera del siglo XII y la virgen románica del pueblo, una talla policromada de más de medio metro, por temor a que los ladrones las roben o el obispado las traslade a un museo.
"Los museos son el punto débil del aparato cultural de la Iglesia", reconoce la Comisión de Patrimonio de la Conferencia Episcopal. El hecho de que la museografía abogue por conservar los objetos donde se crearon ha hecho aflorar un buen número de colecciones parroquiales como la de El Bonillo. La mayoría con escaso presupuesto, malas instalaciones y horarios de apertura reducidos. Según Moril, "en estos museos las obras se presentan como trofeos, sin criterio y con un impacto nulo, ya que no fomentan la investigación ni la educación". Para ella, la mayoría son fruto de la acción aislada de un párroco y están dirigidas por voluntarios y personas sin preparación. Ni catálogos ni talleres educativos o seminarios ni convenios con instituciones tan de moda en la mayoría de museos civiles. "Los museos parroquiales han de pasar de ser trasteros a ser espacios de memoria", remacha Moril. La situación puede mejorar si prospera la recomendación de la Comisión de Patrimonio, reunida el día 8 en Antequera (Málaga), de que los museos religiosos tengan el mismo protocolo que los civiles.
Exposiciones de arte religioso
En cuanto al fenómeno de las grandes exposiciones de arte religioso que comenzaron en Valladolid en 1988 con Las Edades del Hombre -ha celebrado 16 ediciones, con 1.800 piezas expuestas y 10 millones de visitantes- Moril reconoce que han servido para sensibilizar y documentar cientos de obras. El modelo ha sido seguido por comunidades como la Valenciana (con La luz de las imágenes), pero esta experta se pregunta si ha valido la pena los gastos para organizarlas y si los criterios expositivos han sido los adecuados. Según calcula, la Comunidad de Valencia ha invertido 55 millones de euros en restauraciones. El Consejo Valenciano de Cultura denunció que tras las exposiciones gran cantidad de obras han quedado relegadas, sin condiciones de preservación. Además, muchos de los trabajos de restauración se han realizado en el centro que creó la Fundación La Luz de las Imágenes en Bétera (Valencia), que ha sido cuestionado por especialistas como los de El Prado. Las críticas llevaron al Gobierno valenciano a impulsar en 2005 el Instituto Valenciano de Conservación (IVACOR).
En Castilla y León, la mayor parte de las obras que restaura la comunidad en su centro de Simancas, de forma gratuita, son religiosas. Pero la Fundación Las Edades del Hombre creó en 2002 en Santa María de Valbuena (Valladolid) otro centro donde también se restauran piezas, tras los acuerdos de colaboración con las diputaciones provinciales. "Son trabajos autónomos, que no controla la Junta", afirman desde Patrimonio de Castilla y León. Moril asegura que estas exposiciones tienen "marcado uso electoralista" y aconseja que se restaure lo menos posible, se huya de las piezas estrellas y los trabajos se hagan con mayor criterio".
Los obispos están obligados a preservar los bienes de sus diócesis. Para ayudarles cuentan con la figura de los delegados. El de la diócesis de Barcelona es Josep Maria Martí Bonet. Durante su mandato ha organizado más de 200 exposiciones en el Museo Diocesano y desde 1998 ha promovido la restauración de los cuatro grandes templos góticos de la ciudad, entre ellos la catedral y Santa Maria del Mar, gracias a los acuerdos con el Estado, la Generalitat y el patrocinio privado. En total, algo más de 17 millones de euros en obras. "En kilómetro y medio se construyeron en el siglo XIV cuatro enormes templos, porque en esa época había fe y dinero. Ahora, ni lo uno ni lo otro, suerte que los curas sabemos pedir", suele bromear Martí, que tiene claro que si las Administraciones ayudan ahora es por el turismo que genera este patrimonio. Cada año visitan la catedral de Barcelona tres millones de turistas. Ellos también ayudan a pagar las obras.
Llama la atención que desde la entrada en vigor de la ley del Patrimonio en 1985, el número de bienes inmuebles que han obtenido la categoría de Bien de Interés Cultural (BIC), la máxima protección que contempla la ley, ha crecido cada año, mientras que el de bienes muebles (esculturas, pinturas, libros, etcétera), es ínfimo. En Castilla y León solo seis, entre ellos una locomotora y un coche, y en Galicia, dos: una pintura de Sorolla y otra de Fernando Álvarez de Sotomayor. Esto es así porque se entiende que la protección de BIC de un edificio afecta a todos los bienes de su interior. Es lo que ocurre con el códice robado hace unos días y la catedral de Santiago. No todos los especialistas coinciden en este aspecto de la ley, y hay quien asegura que estos bienes están desprotegidos.
En cuanto al robo del Codex Calixtinus de Santiago sabemos que Erik el Belga no ha sido. "Estaba pintando en mi casa de Málaga", ha asegurado a los medios. Estos días expone los cuadros abstractos que ahora pinta, tras los que ha hecho con imágenes de vírgenes y santos y acabó regalando a muchas de las iglesias que robó en las décadas de los setenta y ochenta del siglo XX. Paradojas de la vida y de la religión.
Catedrales, archivos y bibliotecas
El robo del Codex Calixtinus de la catedral de Santiago de Compostela es el último de una larga lista de robos cometidos contra el rico patrimonio bibliográfico español a manos de personas que no han dudado en mutilar o expoliar libros antiguos para obtener un beneficio económico.
El goteo de robos ha sido constante. El Beato de Liébana de La Seu d'Urgell (Lleida), robado en 1996 y recuperado en Valencia al año siguiente, con una página menos, y los mapas de Ptolomeo que desaparecieron de la Biblioteca Nacional en 2007 y que fueron recuperados en Australia, son dos de los más famosos. Pero también Las Introducciones Latinae, de Nebrija, sustraídas en Cantabria; el Antifonario de Ripoll, manuscritos del Monasterio de Montserrat (Barcelona), o el robo de 90 libros de los siglos XVI y XVII de una parroquia de Alcoy (Alicante). Muchos de estos robos han estado realizados por personas vinculadas con este patrimonio. Es el caso del canónigo de la catedral de Cuenca, que en 1981 fue acusado de robar 700 volúmenes y 37 manuscritos; o el lector de la Biblioteca Nacional que sustrajo 254 libros en 1988; el funcionario del Museo Arqueológico de Cataluña que arrancó 150 grabados de Piranesi o el director de la Biblioteca Diocesana de Zamora que, en 2001, fue condenado por hurtar 466 libros, ni más ni menos.
La semana pasada un hombre fue condenado a dos años y medio por robar, durante años, cientos de legajos de tres archivos de Barcelona que luego sustituía por fotocopias.
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