El 11 de marzo de 2011, a 225 km de Tokio, un tsunami de 15 m de altura embiste a la Central Nuclear de Fukushima Daiichi y daña uno de los sistemas de refrigeración.
Sin tener noticias de la situación en la planta nuclear, el Gobierno les pide a los ciudadanos que no pierdan la calma y que permanezcan en sus casas.
La presión en la unidad de contención aumenta rápidamente. Cuando una explosión catastrófica es inevitable, la compañía de electricidad sugiere liberar gas a la atmósfera.
La electricidad aún no vuelve, lo que significa que las válvulas deberán abrirse manualmente. Con pesar, algunos trabajadores piden ser evacuados a un lugar más seguro.
Yoshida, el jefe de la central, decide usar agua de mar como refrigerante, pero la sede de la C.E.E. le dice que debe esperar la autorización de la administración.
Cuando la presión en la unidad de contención finalmente empieza a disminuir, la sede de la C.E.E. quiere que regresen los trabajadores, pero Yoshida no está seguro.
Mientras se impacientan cada vez más en la administración y la sede de la C.E.E., Yoshida, el jefe de la central, pide permiso para evacuar a algunos trabajadores.
Le informan al primer ministro que, en el peor de los casos, un tercio del país —incluyendo el área de Tokio— será una zona inhabitable durante décadas.