Rom 8.9-17 Estar en El Espíritu Es Vida y Santificación

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Estar en el Espíritu es vida y

santificación
(Romanos 8:9-17)

9 Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios
mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. 10 Pero si Cristo
está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el espíritu vive
a causa de la justicia. 11 Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús mora
en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros
cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.
12 Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras
de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son
hijos de Dios. 15 Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en
temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!
16 El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si
hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos
juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

Por el Espíritu de vida que mora en nosotros, vivimos

Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios
mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él
La gran pregunta para los hombres es, entonces, ¿estamos en Cristo? ¿Andamos en el Espíritu?
Aunque planteadas como dos, estos dos interrogantes son una sola.
Hay dos condiciones posibles para el hombre. En Cristo, o la muerte y esclavitud espiritual.
Pablo dice: si el Espíritu mora en ustedes, entonces ustedes viven según el Espíritu. Esto es así.
Vivir según el Espíritu es que el Espíritu more en nosotros. Y Pablo aquí lo afirma de manera
contundente respecto a los hermanos. El Espíritu vive en ustedes, de manera definitiva y
permanente. Ustedes son la morada del Espíritu. No una casa de vacaciones, algo momentáneo,
pasajero. Y porque el Espíritu vive en ustedes, entonces ustedes andan según el Espíritu.
Pablo afirma que si la vida de alguien lo señala como persona que carece del Espíritu de Cristo, tal
persona no tiene derecho a considerarse cristiana. 1
Ser de Cristo implica que el Espíritu de Dios viva en nosotros. Desde el momento en que hemos
creído en Jesús, hemos nacido de nuevo, y esto es la obra del Espíritu de Dios, porque nosotros
NO podíamos hacerlo, de ninguna manera.
Ser hijos de Dios no depende de nuestro conocimiento, de nuestra conducta, de la ortodoxia de
nuestras palabras. Solo aquellos que han nacido de nuevo por el Espíritu de Dios, son
verdaderamente hijos de Dios.

1
Hendriksen, William. 2006. Comentario al Nuevo Testamento: Romanos. Grand Rapids, MI: Libros Desafío.
Como dice el evangelio de Juan:

Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser
hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni
de voluntad de varón, sino de Dios. (Juan 1:12-13)

Entonces encontramos aquí dos verdades fundamentales para nuestra vida. La primera es que ya
no estamos muertos, y la segunda es que esto es la obra del Espíritu Santo en nosotros. Sin el
Espíritu no hay vida.

Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo en verdad está muerto a causa del pecado, mas el
espíritu vive a causa de la justicia. Y si el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a
Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también
vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros.

La vida que hemos recibido en Cristo es una vida que nos llena de esperanza. Nuestro cuerpo, a
causa del pecado introducido en Adán, está destinado a morir un día. Pero a causa de la justicia
que Cristo nos dio, nuestro destino eterno no es la muerte, sino la vida.
Aquel que no está en Cristo está muerto. Su cuerpo ha de morir, su espíritu lo está ya.
Pero en aquel que anda según el Espíritu, está vivo. El Espíritu de Dios es vida.
Es el Espíritu el que dio vida a los hombres, cuando Dios sopló sobre Adán. Es el Espíritu el que
resucitó a Jesús. Y es el mismo Espíritu el que vivificará nuestros cuerpos mortales.

Entonces, al vivir bajo esta verdad, sabemos que este mundo no es nuestro hogar, sino el Reino
de Dios, sabemos que las leyes de este mundo no nos gobiernan y sabemos que nuestra eternidad
está en Cristo.
Nuestro destino no es la muerte. Seremos resucitados.
Como dijo Pablo a los colosenses:
Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado
a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque
habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra
vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.
(Colosenses 3:1-4)

Por el Espíritu que mora en nosotros, somos guiados a la santidad

Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne;
porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras
de la carne, viviréis.

Los hijos de Dios, los que andan según el Espíritu, aquellos en los cuales el Espíritu Santo mora,
están vivos.
La conclusión lógica de esto es, para Pablo, que ya no le debemos nada a la carne, no estamos
atados a ella, entonces no vivimos conforme a la carne.
Le debemos nuestra vida al Espíritu, y vivimos por el Espíritu.
Vivir conforme al Espíritu es vivir una vida de santidad.
En el capítulo anterior Pablo nos hablaba de que la ley nos permite conocer lo que es bueno, pero
no nos capacita para hacerlo. Por eso necesitamos nacer de nuevo y por eso necesitamos estar en
Cristo. Por eso necesitamos al Espíritu Santo.
Observemos que Pablo habla de que las obras de la carne mueran.
¿Esto es lo que todos queremos verdad? ¿Cómo es posible?
Primeramente, es por el Espíritu. Siempre debemos recordar que sin el Espíritu de Dios, nuestras
iniciativas son, no sólo inútiles, sino contrarias a la voluntad de Dios. El Espíritu de Dios nos impulsa
y capacita para vivir una vida de amor y obediencia a Dios. Solo el Espíritu puede hacerlo.
Dice John Owen, en su clásico libro “La mortificación del pecado” que: “Mortificar el pecado en base
a los esfuerzos humanos, en conformidad con sus propias ideas, conduce a la justicia propia. Esta
es la esencia de toda religión falsa.”
Querer luchar contra el pecado en nuestras propias fuerzas produce dos efectos negativos:
frustración y derrota al fracasar, y orgullo cuando pensamos triunfar.
Luchar contra el pecado en el Espíritu nos lleva, por el contrario, a una mayor dependencia en
nuestra debilidad, y gratitud en la victoria.
Ahora bien, que esto sea obra del Espíritu no nos exime de responsabilidad y compromiso, por eso
Pablo usa el verbo hacéis morir.
En la mortificación del pecado somos agentes activos, precisamente porque el Espíritu de Dios en
nosotros nos capacita para hacerlo.
Porque el Espíritu Santo vive en mí, puedo ahora hacer lo que en mi condición de muerte espiritual
no podía.
El Espíritu nos asiste en la oración, El Espíritu nos lleva a la Palabra, el Espíritu nos une al cuerpo
de Cristo y nos hace tener comunión con la iglesia, el Espíritu nos fortalece en la tentación.

El libro del puritano John Owen se nos brindan estos simples principios para mortificar el pecado:

● Necesitamos un diagnóstico cuidadoso del deseo pecaminoso que será mortificado


● Esfuércese para llenar su mente con una clara y constante conciencia de la culpa, el peligro
y la maldad del deseo pecaminoso que le está afectando.
● Inquiete su conciencia con la culpa de sus deseos pecaminosos.
● Esfuércese para desarrollar un anhelo continuo por la liberación del poder de sus deseos
pecaminosos.
● Aprenda a reconocer que algunos de sus deseos pecaminosos están arraigados en su propia
naturaleza.
● Vele y guarde su alma contra todas las cosas que usted conoce que estimularían sus deseos
pecaminosos.
● Pelee con sus deseos pecaminosos tan pronto como comiencen
● Medite sobre la excelente majestad de Dios (Entre más que medite sobre la grandeza de
Dios, más sentirá la vileza de sus deseos pecaminosos).
● Cuídese de su engañoso corazón (para no experimentar falsa paz o seguridad).

Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

Porque somos hijos de Dios, somos impulsados a la santidad, y a reflejar a Cristo en cada aspecto
de nuestra vida. Esta es la manera en la que el Espíritu de Dios nos guía. Nos lleva a Cristo.
Una marca distintiva de un hijo de Dios es su crecer en santidad. Si andamos según el Espíritu, si
somos hijos de Dios, se va a notar en la dirección que toman nuestros pasos y las inclinaciones de
nuestros afectos.
Por el Espíritu que mora en nosotros, sabemos que somos hijos de Dios

Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que
habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu
mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. 17 Y si hijos, también
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente
con él, para que juntamente con él seamos glorificados.

El Espíritu en nosotros, nos da testimonio de que somos en verdad hijos de Dios.


La forma en la que el Espíritu nos da testimonio de que somos hijos de Dios no consiste
sencillamente en “sentirnos” hijos de Dios, sino que se hace evidente en nosotros. John Stott indica
en este pasaje cuatro formas en las que el Espíritu hace esto.
Santidad radical: Al considerar los versículos 13 y 14, vimos que es por el Espíritu que hacemos
morir las obras de la carne, y que precisamente en ese caminar es que el Espíritu nos guía.
Libertad sin temor: nuestra relación con Dios ha cambiado totalmente. Ya no somos esclavos del
pecado, sino hijos de Dios. Él nos hizo libres y nos permite acercarnos a su gracia con confianza.
Sabiendo que en Él hay gracia, misericordia y perdón. Nos acercamos al trono de un Dios Santo,
Justo y Amoroso.
Oración filial: Y ya no hay temor porque Dios nos trata como hijos amados, y nosotros le
conocemos y amamos como nuestro Padre. Es por medio del Espíritu que llamamos a Dios Padre.
Esperanza de gloria: y porque somos hijos, somos herederos. Herederos de su gloria,
identificados profundamente con Él, incluso en el sufrir. De manera que hasta nos gozamos en las
tribulaciones, por amor a Él.

Recuerda. Eres un hijo de Dios. El Espíritu Santo mora en vos. Ese Espíritu te guía a la
santidad y te da poder para hacer morir el pecado en vos. Porque sos un hijo de Dios tu
destino es la gloria eterna. Camina con los ojos puestos en esa esperanza. Camina en el
Espíritu.

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