El Libro de Los Dioses
El Libro de Los Dioses
El Libro de Los Dioses
bulletEl escritor mexicano habla en entrevista de su libro más reciente: una colección de relatos
unida por la presencia de deidades antiguas en la época actual.
Así nació el “mundo torcido” de este autor mexicano, que ha publicado, entre otros, la Saga
Casasola, conformada por las novelas La octava plaga (2011), Toda la sangre (2013), Carne de
ataúd (2016), e Inframundo (2017), y los cuentos de la Trilogía del terror: Los niños de paja (2008),
Demonia (2012) y Mar negro (2014). Referente de la narrativa policíaca y sobrenatural que se
escribe hoy en el país, ha antologado además, junto con el escritor y académico Vicente Quirarte,
los dos volúmenes de Ciudad fantasma. Relato fantástico de la Ciudad de México (XIX-XXI),
aparecidos en 2013.
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El libro de los dioses (Almadía, 2020) es la obra más reciente de Esquinca: una colección de 13
cuentos, algunos inéditos y otros anteriormente publicados, que el autor trabajó a lo largo de seis
años y que representa su “apuesta más ambiciosa” por este género así como por la narrativa de lo
extraño.
En el libro hay cuentos muy largos, a diferencia de los cuentos cortos que normalmente escribo.
También por eso está dividido en dos partes. La primera, que es “La forma de los dioses”, son los
cuentos más cortos, y la segunda, “Las manos de los dioses”, son los relatos más extensos. Es un
libro muy pensado además para tener una cohesión. Todos los relatos están atravesados por la
misma idea: la presencia de los dioses antiguos en la escéptica actualidad urbana.
Hay una continuidad en el sentido de las obsesiones, porque soy muy fiel a mis obsesiones: narrar
lo oscuro, hacer esta mezcla de terror, fantástico, sobrenatural y policíaco. Sin embargo, sí se
separa de mis tres anteriores libros de cuento, de la Trilogía del terror. En ellos la Ciudad de
México tiene un papel muy importante, que incluso va en un aumento con cada libro, y es casi el
personaje principal. En El libro de los dioses hay un viraje en ese sentido, ningún cuento está
ubicado en la Ciudad de México y en ninguna ciudad reconocible, salvo “El señor Ligotti”, que sí
ocurre en la Ciudad de México. Hay un cambio ligero al menos de escenario.
También me interesaba hacer cuentos todavía más extraños que los anteriores. El hecho de no
situarlos en una ciudad es parte de esa extrañeza. Incluso los nombres de los personajes, salvo
algunos casos, son muy raros también. Si en la Trilogía de terror era muy importante la Ciudad de
México ahora estoy narrando desde un no lugar que puede ser cualquier ciudad.
El cambio también está en la escritura de relatos muy largos y en la estructura: el libro está
dividido en dos partes. Hay una clara unidad que no estaba presente en mis anteriores libros.
Cortesía Almadía
Cómo escritor de literatura fantástica, ¿cómo dialogas con la realidad mexicana? ¿Te interesa
contarla de algún modo?
No me interesa la realidad como tal porque me parece a veces muy prosaica, muy vulgar, por eso
acudo a narrarla desde la mirada oblicua de lo fantástico, de lo sobrenatural. Sin embargo, claro
que me interesa el mundo en el que vivo y la ciudad en la que vivo, que es la Ciudad de México.
Pero no me interesa necesariamente dar un comentario político, aunque mucha gente me ha
dicho que lee un comentario político en Carne de ataúd y sin duda lo hay pero no era mi intención.
Al hablar del pasado, del porfiriato, finalmente hablas del presente y te das cuenta de que no han
cambiado las cosas, de que sigue habiendo feminicidios, represión a la prensa, corrupción en el
gobierno. Involuntariamente había un comentario político ahí, pero no me interesa eso como mi
principal labor.
Sí parto de cosas muy concretas: escenarios, calles, edificios, sobre todo del Centro Histórico.
Mientras camino por ahí voy viendo personajes, escuchando leyendas, que estimulan mi
imaginario. Tomo todo eso, lo paso por el tamiz de lo sobrenatural y plasmo mis historias. Soy un
narrador que está muy interesado en reinterpretar y recontar la Ciudad de México o al menos una
parte de ella. Sí parto de ella pero como escenario de mi mundo torcido, que es un acto de
intimidad finalmente: plasmar mis obsesiones, mis preocupaciones, pero la realidad como tal no
me interesa. De hecho, cada vez viajo más al pasado en mis narraciones, lo hice con la Saga
Casasola y ahora estoy preparando una novela que ocurre en los años 40, no porque la realidad
actual no me ofrezca temas sino porque me fascina reconstruir todo lo que yo no he vivido de esta
ciudad.
Stephen King, uno de los autores que han influido en tu obra, menciona en Mientras escribo que a
los escritores de gran público como él, a los escritores de género, nunca les preguntan por el
lenguaje. En tu caso, ¿cómo ha cambiado el manejo del lenguaje a lo largo de tu obra?
Por supuesto tengo cuidado con el lenguaje porque es mi herramienta principal. Sin embargo, no
creo en experimentaciones, no creo en usar palabras poco conocidas. Creo en la transparencia, en
la fluidez, en facilitarle la lectura, que no la comprensión, al lector. Creo en mantenerlo amarrado
a la página, lo cual no implica que el cuento no tenga profundidad, que no tenga enigmas, que no
ponga a pensar.
Sin embargo, cada narración te pide una cosa distinta. Sí ha habido libros que me han pedido un
trabajo más profundo del lenguaje. Pienso concretamente en la mencionada Carne de Ataúd, que
es una novela histórica que transcurre en el porfiriato. Yo no podía narrar con los giros lingüísticos
que usamos hoy porque hubiera sido inverosímil, pero tampoco quería narrar como literalmente
hablaba la gente en esa época porque hubiera sonado raro. Tuve que buscar un lenguaje que
sonara antiguo, que no sonara actual, pero que a la vez fuera comprensible para los lectores de
hoy.
Finalmente, el no utilizar un lenguaje poético, críptico o particularmente trabajado, sino un
lenguaje más llano es también una apuesta, también implica un trabajo del lenguaje, pulirlo. Es
como tomar la roca y pulirla hasta dejar la gema que hay detrás.