Mujeres y salones literarios

persona que organiza un salón literario
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Los salones literarios son una manifestación cultural francesa de la sociedad formada por aristócratas y amantes de las bellas artes en la que se apostaba por la conversación, las lecturas públicas y los conciertos. Si bien la historiografía francesa suele afirmar que las dueñas de estos espacios eran las grandes damas con intención de de hacerse un hueco y una reputación en el mundo, las crónicas contemporáneas a este movimiento nos cuentan que estos espacios de encuentro y diversión también tenían como dueños a hombres (el barón de Holbach, La Pouplinière) o incluso a parejas (Anne-Catherine de Ligniville Helvétius y Claude-Adrien Helvétius). No obstante, ya hay testimonios de salones parecidos en el Poitiers del siglo XVI (con las damas de Roches) o en el círculo de Catalina de Médici e incluso los últimos Valois. En el siglo XVIII, gracias a la protección y el apoyo de los grandes contribuyentes, se vuelve a financiar esta forma de diversión a la que se añade, además, el intercambio de ideas filosóficas.

Lectura de la tragedia de Voltaire: El orfelino de China, en el salón de Madame Geoffrin en 1755, Gabriel Lemonnier (1812).

La expresión de salón literario nace de la expresión de un mito literario del siglo XIX. Anteriormente, estos lugares habían sido nombrados como casas, círculos, sociedades o academias dependiendo del autor del testimonio ya que el vocabulario de entonces no se fijaba de una manera tan estricta como en la época actual. Estos salones, al fin y al cabo, se trataban de formas de convivencia y no tenían una denominación propia.

Círculos, sociedades y clubes en el Antiguo Régimen

Tras la simple apariencia de estos aristócratas, aparecen mujeres intelectuales que comienzan a abrir salones para personalidades políticas, de letras y científicas de ambos sexos y todas las condiciones. Instruidas y escritoras, entre ellas mantienen una constante correspondencia que ha llegado hasta nuestros días, como la de Marie du Deffand, que cuenta con 1400 cartas. La colección más famosa es la de Madame de Sévigné. Estas reuniones numerosas formadas por personas de élite o correspondientes a la alta sociedad existieron hasta principios del siglo XIX y fueron tanto centros como hogares literarios en la que el conocimiento era indispensable para comprender los detalles de la historia de la literatura francesa. Estos salones literarios casi siempre fueron propiedad de mujeres muy distinguidas por su espíritu, su gusto y su tacto a la hora de mantener conversaciones con temática general, aunque siempre con gran influencia en las costumbres y en la literatura.

El primer salón literario fue el del [[Hôtel de Rambouillet], que data de 1608 y duró hasta la muerte de Catherine de Rambouillet, apodada Arthénice, en 1665. Posteriormente se formarían otros salones que imitarían las maneras del Hôtel de Rambouillet, como los del preciosismo

Bajo el reinado de Luis XIII, encontramos el salón de Marie Bruneau des Loges, cuyos admiradores llamaban la décima musa y de quien Conrart afirmó:

Ha sido honorada, visitada y ha obtenido regalos de todas las personas más considerables, incluso los príncipes y princesas más ilustrados... Todas las musas parecen residir bajo su protección o rendirle homenaje y su casa era toda una academia.

Balzac, Malherbe o Beautru, frecuentaron esta casa y, entre los grandes personajes que dejaron su testimonio acerca de su estima a Marie Bruneau des Loges, destaca el rey de Suecia, el duque de Orleans o el duque de Weimar.

 
Madeleine de Scudéry, salonière del siglo XVII. Las salonières eran mujeres que crearon sociedad en los salones literarios franceses.

Hacia la mitad del siglo XVIII, el salón más importante es el de Madeleine de Scudéry. Los problemas durante la Fronda había separado a los habituales del Hôtel de Rambouillet, por lo que Madeleine de Scudéry reformó su casa de la rue de Beauce en el barrio parisino de Marais. A él acudiaron Chapelain, Conrart, Pellisson, Ménage, Sarrasin, Isarn, Godeau, el duque de Montausier, la condesa de La Suze, la marquesa de Sablé, la marquesa de Sévigné, madame de Cornuel, Arragonais, etc.

Durante las reuniones, que tenían lugar los sábados, se mantenían conversaciones galantes y refinadas. Se leían versos, se discutía sobre los méritos y los defectos de las últimas obras publicadas, se comentaban hasta las cosas más nimias y de menor importancia. Cada asistente gozaba de un alias, casi siempre extraído de un título de una novela: Conrart se llamaba « Théodamas » ; Pellisson, « Acanthe » ; Sarrasin, « Polyandre » ; Godeau, « le Mage de Sidon » ; Arragonais, « la princesse Philoxène », Madeleine de Scudéry, « Sapho ».

De estas reuniones, la más conocida tuvo lugar el 20 de diciembre de 1653, conocida como la "jornada de los madrigales" (en francés, « journée des madrigaux »): Conrart había regalado a la dueña del salón un madrigal a la que esta respondió con otro y los asistentes, llevados por la emoción de la imitación, improvisaron toda una serie de madrigales. En otra de las reuniones se redactó el mapa de Tendre, país imaginario que usará Madeleine de Scudéry en su novela Clélie

Otra de estas reuniones tenía lugar en casa de Madeleine de Souvré, marquesa de Sablé, durante su retiro a una de las dependencias de Saint-Jacques, propiedad del monasterio de Port-Royal, en París.

En este retiro a medias, dice Sainte-Beuve, en el que había un día en el que el convento abría la puerta al mundo, esta antigua amiga de La Rochefoucauld, activa de pensamiento y que siempre se interesaba en todo, continuaba reuniendo a su alrededor, hasta 1678, cuando murió, los nombres más distiguidos y diversos: antiguos y fieles amigos que venían desde muy lejos para visitarlo; los casi solitarios, gentes que, como ella, tenían el espíritu bello y disfrutaban de la jubilación; los solitarios de profesión con su voto de silencio.

[Jeanne Baptiste d'Albert de Luynes]], condesa de Verrue, antigua favorita del duque Víctor Amadeo II de Saboya, amiga de las letras, la ciencias y las artes, acogió en su casa, en el hôtel de Hauterive, una sociedad de escritores y filósofos como Voltaire, el abad Jean Terrasson,Rothelin,Chauvelin, Jean-François Melon, Jean-Baptiste de Montullé, Armand de Madaillan, marqués de Lassay y su hijo Léon de Madaillan de Lesparre, conde de Lassay, además de muchos otros que se interesaron por ella.

Ninon de Lenclos tuvo igualmente, durante su madurez, un salón en el que se reunían mujeres de la corte como Marguerite de la Sablière, Marie Anne de Bouillon, Marie-Angélique de Coulanges, Anne-Marie de Cornuel, etc. Françoise de Maintenon, en aquella época en la que todavía era esposa de Scarron, ostentó también un salón de gran importancia. En los salones de los hôtel Albret y Richelieu se citaban todas las personas distinguidas, como Madame de Sévigné, Marie-Madeleine de La Fayette y Marie-Angélique de Coulanges.

Archivo:Retrato de Anne Louise Bénédicte de Bourbon, duquesa de Maine (Musée de l'île-de-France).jpg
Anne-Louise Bénédicte de Bourbon-Condé, duquesa de Maine

, salonnière de principios del siglo XVIII.]]

Desde su comienzo en el siglo XVIII, encontramos el salón de la duquesa de Maine, abierto en su castillo de Sceaux donde acogía a los escritores y los artistas a la vez que organizaba fiestas de disfraces. Esta unión de galantería y frivolidad pretendía marcar un contraste con el palacio de Versalles, donde se encontraba el rey Luis XIV en sus años de declive. Entre las personas que acudían a las fiestas de Sceaux, se podía distinguir a Fontenelle, La Motte Houdar y Chaulieu. Una de las mujeres de confianza de la duquesa, Marguerite de Launay, futura baronesa de Staal, comenzó a destacar y jugó un gran papel en esta sociedad en la que también se movían Voltaire, Émilie du Châtelet, Marie Du Deffand, Montesquieu, D’Alembert, el presidente Hénault, el futuro cardenal de Bernis, Henri François d'Aguesseau, el poeta Jean-Baptiste Rousseau, el dramaturgo Antoine Houdar de la Motte, Sainte-Aulaire, el abad Mably, el cardenal de Polignac, Charles Auguste de La Fare, André Dacier, el abad de Vertot, el conde de Caylus, etc.

En la misma época, el salón de Anne-Thérèse Courcelles, marquesa de Lambert, frecuentado por los mismos escritores, se abrió en 1710 y cerró en 1733. La mayoría de sus huéspedes comenzaron a reunir entonces en el famoso salón de Madame de Tencin, que brilló hasta la muerte de ésta en 1749. La marquesa de Lambert los recibía cada martes.

Era, dice Fontenelle, la única casa que se salón de la epidemia del juego, la única en la que nos encontrábamos para hablar de forma razonada los unos con los otros, con espíritu y según la ocasión.

Se veía, sobre todo, con Fontenelle y Houdar de la Motte, al abad Mongault, al matemático Dortous de Mairan, al abad de Bragelonne y al presidente Hénault. Durante estos martes se discutían las cuestiones relativas al debate de los antiguos y los modernos, a la inutilidad de los versos y lo absurdo de la personificación mitológica... cuestiones que suscitaron una gran polémica en la época.

El salón del hôtel de Sully también se fundó durante la primera mitad del siglo XVIII y no es menos digno de atención.

El espíritu, el nacimiento, el buen gusto, los talentos, dice el redactor del Journal des débats Jean-François Barrière, tenían lugar en estas citas. Jamás fue una sociedad mejor escogida ni más variada; el saber se mostraba sin ser pedante y la libertad que autorizaba las costumbres parecía templada.

Los habituales de este hôtel fueron Chaulieu, Fontenelle, Caumartin, le comte d’Argenson, el presidente Hénault, Voltaire, el caballero Ramsay, la marquesa Marie de Villars, la marquesa Anne-Agnès de Flamarens, la duquesa Amélie de Gontaut, etc.

Entre los numerosos salones literarios que fueron abiertos en París a mitad del siglo XVIII, hace falta citar el de la marquesa Marie du Deffand, cuya rara y sólida razón que aportaba en las discusiones que presidía era citada por Voltaire en estos términos:

Lo que es bello y luminoso es vuestro elemento; no temáis disertar, no enrojezcáis al unir la gracia de vuestra persona con la fuerza de vuestro espíritu.

La sociedad que se reunía, a partir de 1749, en casa de la marquesa de Deffand, en la rue Saint-Dominique, en el antiguo convento de las Hijas de San José, disminuyó de golpe por la ruptura con su sobrina Julie de Lespinasse, que sirvió como dama de compañía y que mantenía muy buenas relaciones con la mayoría de los escritores, especialmente los enciclopedistas, con D'Alembert a la cabeza, hasta que abrió, en 1764, su propio salón en rue de Bellechasse, donde Madame de Luxembourg había hecho amueblar un apartamento. Los contemporáneos elogian el tacto con el que Julie de Lespinasse supo presidir su salón. Entre treinta y cuarenta personas se reunían cada tarde con ella, únicamente para charlar, ya que ella recibía un salario muy humilde como para darles de cenar. Dirigía la conversación con un arte admirable, de forma que cada uno tenía su papel a la vezs que este círculo no estaba compuesto de personas que, a priori, se conocían de antes.

El salón de Marie-Thérèse Geoffrin, que se inspiró en gran parte del de Madame de Tencin, estaba dividido en tres categorías. Estaban admitidos las personas de la alta nobleza y los extranjeros, a los que ofrecía una cena bastante simple mientas que las comidas, más copiosas, estaban destinados a otro tipo de invitados. Los lunes recibía a los artistas, pintores, escultores y arquitectos; los miércoles, a gentes de letras como Diderot, D’Alembert, Dortous de Mairan, Marmontel, Raynal, Saint-Lambert, Thomas, d’Holbach, de comte de Caylus, etc.

Junto a estos salones también podemos encontrar los de Louise d'Épinay, de Quinault Cadette y de Doublet de Persan. El salón de Louise d’Épinay estaba restringido a un pequeño círculo de hombres de letras y filósofos como el barón Grimm, Diderot y d’Holbach. Las reuniones que tenían lugar en casa de la distinguida actriz de la Comédie-Française, Jeanne-Françoise Quinault, conocida como Quinault Cadette, comprendían un gran número de habituales como Diderot, Duclos, Rousseau, Destouches, Marivaux, Caylus, Voltaire, Piron, Voisenon, Grimm, Lagrange-Chancel, Collé, Moncrif, Grimod de La Reynière, Crébillon hijo, Saint-Lambert, Fagan de Lugny,el abad de La Marre, el caballeroDestouches y hombres de poder como Maurepas, Honoré-Armand de Villars, el duque de Lauragais, el duque de Orleans, el Gran Prior de Orleans, el marqués de Livry, Antoine de Fériol de Pont-de-Veyle, etc. la conversación tenía lugar, sobre todo, en la mesa, durante la cena. En mitad de la table había un pequeño cuaderno donde cada uno de los invitados podía escribir algo que le apeteciese.

Finalmente, poco antes de la Revolución francesa, encontramos salones como los de Germaine de Staël, por entonces niña prodigio.

Círculos y salones de la Revolución a la Restauración

  Contrairement à ce qu’a rapporté une certaine historiographie, jamais les cercles abusivement nommés salons — le mot n’apparaît qu’au XIX, entre autres sous la plume de la duchesse Laure Junot d’Abrantès —, et la sociabilité n’ont eu autant d’importance en France et en Europe qu’à la toute fin du XVIII et dans les premières années du XIX. Il existe encore à cette époque plusieurs expressions pour désigner ce qu’on appellera plus tard « salons littéraires ». On parlait couramment en effet sous Plantilla:Souverain- de « bureaux d’esprit » pour désigner une réunion à intervalles réguliers chez une dame du monde, et ses habitués forment sa « société ».

La sociabilité des temps pré-révolutionnaires et révolutionnaire s’articule autour de ces lieux d’influence dont la caractéristique commune, contrairement aux clubs et académies de jeu qui apparaissent avec les loges maçonniques, est de cantonner exclusivement dans la sphère privée. Selon les époques et surtout selon l’actualité, ces réunions qui ne sont pas accessibles au tout-venant et prennent une tonalité moins « littéraire » — si tant est que le salon « littéraire » stricto sensu ait jamais existé — que politique, plus ou moins — même si la littérature, le théâtre, le jeu, la peinture et la musique y occupèrent alors une place importante. Selon les cas, on est plus ou moins en faveur des philosophes, d’une nomination, d’une décision ministérielle, d’une pièce de théâtre à sous-entendus, d’un acteur ou d’une actrice à succès.

Calonne, Necker, Loménie de Brienne, Mademoiselle Clairon pour ne citer qu’eux, ont bien souvent, sous Louis XVI, été au centre de ces discussions de « salon ». Sénac de Meilhan ou l’abbé Morellet sont les contemporains qui ont peut-être le mieux envisagé cette dimension généralement escamotée. Chez Plantilla:Mme de La Reynière ou chez la marquise de Cassini, on colporte les nouvelles mais surtout, on intrigue pour faire ou défaire un homme en place, diminuer une influence, ruiner une réputation. Plus on se rapproche de la Révolution, plus les « salons » se radicalisent et se distinguent les uns des autres. vignette|Anne-Catherine de Ligniville Helvétius, salonnière de la fin du XVIII. Dix ans avant la Révolution, le « bel esprit » a plus généralement laissé place aux joutes et affrontements politiques auxquels prennent part les auteurs (Chamfort, Rivarol, La Harpe, Beaumarchais, etc.). Entre 1784, date de l’ouverture des arcades du Palais-Royal puis, sous les trois premières législatures de la Révolution, les cercles ou « salons » font, en quelque sorte, écho aux clubs et académies, dont ils sont le prolongement, et ils sont aussi bien des lieux d’influence politique où s’élaborent divers projets dont certains trouveront une traduction législative.

Parmi ces lieux dont l’importance politique ne peut échapper, on distingue, selon ce qu’on met derrière les mots, les cercles « révolutionnaires » et « contre-révolutionnaires ». Les hôtes — la plupart sont auteurs —, reçus dans le salon d’Anne-Catherine Helvétius, à Auteuil, ou de Fanny de Beauharnais, rue de Tournon — où elle fait donner une lecture de Charles IX —, sont regardés comme « révolutionnaires », par opposition aux réunions organisées chez la duchesse de Polignac, la comtesse de Brionne ou la duchesse de Villeroy dont les habitués, fort politisés eux aussi, cherchent à saboter la réunion des États généraux. De « révolutionnaire » en 1789, le cercle de Plantilla:Mmes Charles de Lameth sera au fil des événements, bientôt perçu comme « contre-révolutionnaire » et si Robespierre y paraît régulièrement de 1789 à mai 1790, il s’abstient, après la scission des Jacobins et la création du club des Feuillants.

Les écrivains hantent tous ces « salons » si importants pour l’histoire des idées, et toutes les sensibilités sont représentées. La littérature et le théâtre, libérés de l’envahissante censure d’Ancien Régime, sont sujets à discussions interminables et à affrontements. Sous l’Assemblée nationale législative, les salons à la mode sont ceux de Plantilla:Mmes Pastoret, place de la Révolution puis à Auteuil, dont Morellet parle longuement dans ses lettres, de Sophie de Condorcet, rue de Bourbon, de Germaine de Staël, alors maîtresse du ministre Narbonne, rue du Bac, de Manon Roland dite « l’égérie des Girondins », rue de La Harpe, de Julie Talma rue Chantereine. Au contraire, dans le salon de Plantilla:Mme de Montmorin, épouse du ministre des Affaires étrangères, où vient Rivarol qui en est un des piliers, on cherche à débaucher les écrivains pour la « bonne cause »[1]​. Également chez Plantilla:Mme d’Eprémesnil rue Bertin-Poirée, ou se regroupent, depuis 1789, les membres de l’opposition parlementaire la plus vindicative. On y voit Malouet, Montlosier, Parny, Arnault, etc.

Malgré le danger qui commence à poindre, certaines dames ont un salon résolument monarchique, ainsi celui de la duchesse de Gramont, sœur de Choiseul, chez qui s’élaborent une infinité de plans contre-révolutionnaires, comme le financement de divers projets d’évasion de la famille royale. La littérature et le théâtre, surtout parce que les auteurs sont beaucoup plus engagés depuis la levée de la censure (1789), restent toujours largement au centre des discussions – les pièces de théâtre d’Antoine-Vincent Arnault, de Marie-Joseph Chénier, de Colin d’Harleville, ou d’Olympe de Gouges créent ou accompagnent les mouvements d’opinion depuis le début de la Révolution – et, contrairement à ce qui est souvent raconté il n’y a pas véritablement rupture mais continuité dans la grande tradition salonnière du Plantilla:Sp-.

Après qu’on eut dévoilé les droits de l’homme en abrogeant la meurtrière loi des suspects, de très nombreux « salons » voient ou revoient le jour. Les principaux se tiennent chez Julie Talma, chez Sophie de Condorcet ou chez Laure Regnaud de Saint-Jean d’Angély, rue Charlot, où se pressent Madame de Chastenay et von Humboldt qui en parlent dans leurs écrits. Ces femmes cultivées ont, il est vrai, le don d’attirer chez elles les auteurs, les artistes et les comédiens de talent. Ces rassemblements sont les hauts lieux de l’intelligence et de la culture. Certains salons « muscadins » demeurent des hauts lieux de complot, ainsi chez Plantilla:Mme de Saint-Brice, dans le quartier du Sentier, où se réunissent les conjurés de thermidor an II — notamment Tallien —, ou celui de la comtesse d’Esparbès, ancienne maîtresse de Plantilla:Souverain-, chez qui viennent Richer-Sérizy et beaucoup de ceux qui seront poursuivis au lendemain du Plantilla:Date républicaine-. Un certain nombre de femmes, depuis la Révolution, font ce qu’on appelle les « honneurs » de salons qui sont les résidences d’hommes avec lesquels elles ne sont pas mariées. Ce sont souvent des lieux hautement politiques comme le « 50 » des arcades du Palais-Royal où le financier Aucane a établi une maison de jeu en même temps que salon tenu par Jeanne de Sainte-Amaranthe, le cercle de Madame de Linières derrière laquelle se profile François Chabot, ou encore les appartements de Paul Barras que Catherine de Nyvenheim, duchesse de Brancas, son amie, métamorphose un temps en salon politique. Les salons où l’on joue de la musique, où l’on sert des repas raffinés, où l’on cause politique, théâtre et littérature sont extrêmement nombreux sous la Révolution, et, outre ceux cités plus haut, on citera encore ceux de la baronne de Burman, l’amie de Beaumarchais, de la marquise de Chambonnas où se réunissaient les collaborateurs de Actes des Apôtres, d’Adélaïde Robineau de Beaunoir, fille naturelle du ministre Bertin et femme de lettres, qui créa rue Traversière un cercle de jeu faisant office de salon où venaient les conventionnels Merlin et Cambacérès, de Madame de Beaufort et de Pompignan qui recevaient les députés en vue Delaunay d’Angers, Julien de Toulouse, Osselin et autres membres du premier comité de sûreté générale de 1793, rue Saint-Georges, ou enfin de la brillante Louise de Kéralio, Madame Robert qui afficha ostensiblement les couleurs républicaines. [[Archivor:Madame de Staël.jpg|vignette|Germaine de Staël, salonnière du début du XIX.]] À la fin du Directoire, Paris avait entièrement renoué avec les traditions de la conversation et de la causerie. L’un des plus célèbres des cercles littéraires et politiques fut celui de Germaine de Staël où, avec Benjamin Constant, vinrent fréquemment Lanjuinais, Boissy d’Anglas, Cabanis, Garat, Daunou, de Destutt de Tracy, Chénier. Il y avait aussi les cercles philosophiques et littéraires d’Amélie Suard, de Sophie d’Houdetot dans lesquels dominaient les gens de lettres et les philosophes, continuateurs directs du XVIII. Il y eut également les salons du monde, comme ceux d’Adélaïde de la Briche, de la marquise de Pastoret, d’Anne de Vergennes, où se distinguait sa fille, Claire Élisabeth de Rémusat. Du point de vue littéraire, le salon le plus intéressant de cette époque fut celui que tint, rue Neuve-du-Luxembourg, Pauline de Beaumont, la fille du comte de Montmorin : Referencia vacía (ayuda) . Les habitués de ce salon où chacun avait, suivant la mode ancienne, son sobriquet, étaient Chateaubriand, Joubert, Fontanes, Molé, Pasquier, Charles-Julien Lioult de Chênedollé, Guénaud de Mussy, Madame de Vintimille ; beaucoup d’autres ne venaient qu’en passant, attirés par l’accueil empressé fait à la réputation et au talent. Ce salon qui, dans un autre temps, aurait pu avoir de l’influence, ne subsista que de 1800 à 1803. Les traditions en furent reprises un peu plus tard par Madame de Vintimille, qui reçut les mêmes personnes, et quelques autres partageant les opinions nouvelles.

Puis sous le Consulat, dès l’annonce du Consulat à vie, les clivages politiques réapparurent avec force : salons royalistes contre salons bonapartistes. Après la rupture de la paix d'Amiens, Bonaparte fit arrêter puis déporter Plantilla:Mmes de Damas et de Champcenetz et d’autres dames du faubourg Saint-Germain dont les salons étaient des lieux d’activisme politique. Germaine de Staël et son amie Juliette Récamier eurent, elles aussi, à subir les conséquences de leur opposition frontale à « l’usurpateur ». Les épouses de ministre et d’autres dames dont les maris avaient solidarisé leurs intérêts avec le régime impérial, tendirent à renouer avec l’ancienne tradition, du moins jusqu’à 1814.

Les derniers des salons littéraires dignes de ce nom ont été ceux, sous la Restauration, de Juliette Récamier et de Delphine de Girardin au salon régulièrement fréquenté, entre autres, par Théophile Gautier, Honoré de Balzac, Alfred de Musset, Victor Hugo, Laure Junot d’Abrantès, Marceline Desbordes-Valmore, Alphonse de Lamartine, Jules Janin, Jules Sandeau, Franz Liszt, Alexandre Dumas père, George Sand et Fortunée Hamelin.

Un des derniers grands salons littéraires de Paris a été celui de Virginie Ancelot à l’hôtel de La Rochefoucauld. Meilleure écrivaine que son mari, Jacques-François Ancelot, qui fut élu à l’Académie française en 1841, celle qui était, par ses talents, plus digne que lui d’intégrer cet auguste corps, fit de son salon où elle accueillit, de 1824 à sa mort en 1875, Pierre-Édouard Lémontey, Lacretelle, Alphonse Daudet, Baour-Lormian, Victor Hugo, Sophie Gay et sa fille Delphine de Girardin, le comte Henri de Rochefort, Mélanie Waldor, la comédienne Rachel, Jacques Babinet, Juliette Récamier, Anaïs Ségalas, François Guizot, Saint-Simon, Alfred de Musset, Stendhal, Chateaubriand, Alphonse de Lamartine, Alfred de Vigny, Prosper Mérimée, Delacroix, presque un passage obligé vers cette institution.

Parlant, dans son discours de réception, de ces

femmes de l’Ancien Régime, reines des salons et, plus tôt, des « ruelles » qui inspiraient les écrivains, les régentaient parfois

, Marguerite Yourcenar, première femme à être élue à l’Académie française trois siècles et demi après sa création, déclara : Referencia vacía (ayuda) ..

Los salones literarios parisinos en el siglo XX

Plantilla:Section à sourcer Au cours du XX, l’histoire des salons connaît des tournants décisifs ; alors qu’ils sont au début du siècle à leur apogée – devant des lieux de mondanités artistiques incontournables – ils connaissent finalement un déclin dû aux bouleversements modernes du milieu littéraire et artistique.

De plus en plus, ils sont des lieux de vie littéraire où les réputations se font et se détériorent. Chaque salonnière a ses protégés, des artistes qu’elle invite, porte, défend et porte sur le devant de la scène. Ce sont des lieux où sont organisées de nombreuses lectures, des représentations. Certains artistes sont lancés par des salons, comme Marcel Proust dans le salon de Madeleine Lemaire. D’autres deviennent des personnalités mondaines importantes : Proust, toujours, Cocteau, etc.

Par ailleurs, les salons littéraires apparaissent à cette période comme un lieu d’expression débridée de l’homosexualité de leurs participants. Encore considérée comme une pratique dépravée, chacun Plantilla:Incise trouve dans ces salons la possibilité de laisser libre cours à l’homosexualité que la société réprime. Il n’en ressort pas moins des inégalités entre les hommes et les femmes, puisque ces dernières sont beaucoup plus mal vues que les hommes en fréquentant une personne du même sexe ou en se travestissant.

Pendant la période d’entre-deux guerres, le succès des salons, bien qu’atteint par les évènements, subsiste. Ce succès ne résiste pas à la fébrilité des années folles et draine encore dans les appartements de nombreuses salonnières quantité d’artistes.

C’est dès la fin de la Seconde Guerre mondiale et durant les décennies suivantes que ces salons connaissent un déclin évident. Bouleversés par des modes de divertissement différents – l’apparition de la télévision notamment, ils se font plus rares, avant de disparaître.

Salones franceses famosos

Salonnières del siglo XVI

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Salonnières del siglo XVII

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Plantilla:Colonnes

Salonnières del siglo XVIII

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Plantilla:Colonnes

Salonnières del siglo XIX

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Salonnières del siglo XX

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Plantilla:Colonnes

Salones alemanes famosos

Plantilla:Ébauche section De nombreux salons littéraires ont aussi existé en Allemagne au XVIII, surtout à Berlin, avec par exemple les salons créés par Rahel Varnhagen, Caroline von Humboldt, Henriette Herz et Sara Grotthuis. D'autres villes allemandes ont accueilli des salons littéraires, comme Weimar (Johanna Schopenhauer) ou Iéna (Caroline Schelling).

Salón inglés famoso

En el siglo XVIII

Plantilla:Message galerie

Bibliografía

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  • Jean de Viguerie, Filles des Lumières : femmes et sociétés d’esprit à Paris au XVIII, Bouère, Dominique Martin Morin, 2007 ISBN 978-2-85652-306-3

Notas y referencias

  1. Ils sont payés sur le fond de la librairie du ministère des Affaires étrangères.

Artículos relacionados

Vínculos externos

Femmes et les salons * Salons littéraires