Agua de mayo
Que llegas como ‘agua de mayo’ es frase sinónima de ‘albricias’, eco de que eso que llega con las flores del mes quinto es no más que pura felicidad y agua de azar
Volví a leer El Quijote como si fuera la primera vez y volví a sentir coraje cuando Cervantes inserta la muerte a la mitad de un párrafo. Como si no leyera cada abril las dos partes de la mejor novela jamás contada volví a imaginar que me como un camarón con el autor mal-llamado Manco para reclamarle el descaro de matar al personaje más entrañable de todos los posibles personajes allí, a la mitad de un párrafo y luego de una siesta donde no sabemos si tuvo un sueño intranquilo y como si no leyera yo esas mismas tintas desde 1987 volví a serenarme con el mismo consuelo que adquirí luego de los primeros diez o doce años de leer la inmensa novela, cada vez como la primera vez; a saber: me consuela reconocer que el genio de La Mancha mata luego de un sueño a un hombre cuerdo llamando Alonso Quijano –conocido como El Bueno—para que el personaje que fue Don Quijote de la Mancha siga siendo –per saecula saeculorum—el Caballero de la Triste Figura… y que yo siga leyéndolo como si tuviera 25 años de edad, aunque ya frisando los 60.
A diferencia de tantos otros abriles, esta conmemoración del santo batallador del dragón que marca mi nombre sólo me acercó a los capítulos finales, sin poder terminar la aventura hasta llegar al filo de mayo. En vez de rematar un santo día 23 con el punto final de costumbre se me vinieron encima dos o tres felices y discretas bendiciones y no pocas tribulaciones y pendencias: vivo la epifanía de rescatar de la amnesia a la librería más vieja de Madrid (y prometo dedicarle próximos párrafos a su resurrección) y confirmo la lealtad inquebrantable de mis afectos más cercanos, pero también fueron días azotados por la gélida lluvia de un invierno trasnochado en plena primavera, la nieve en la sierra que le sonríe tan cerca de Madrid, el descalabro recurrente del corazón y sus engaños. Fueron días en que la saliva confirmó la amarga tristeza de los amigos ya perdidos y nuevos muertos en el panteón personal, el reacomodo de los horarios de cada amanecer y la feliz recurrencia del insomnio que ilumina las madrugadas, pero no me daban las horas ni el ánimo para terminar el Quijote en sus abriles y fue mejor esperar el filo de mayo quizá para verificar el sentido de que las flores del quinto mes de cada año han de florecer a pesar del despecho y los dolores, la distancia y la desidia, el desorden y el desmadre de tanto arpón lanado directamente al centro del hipotálamo o el ventrículo izquierdo.
Que llegas como agua de mayo es frase sinónima de albricias, eco de que eso que llega con las flores del mes quinto es no más que pura felicidad y agua de azar. Efectivamente, vuelve a llegar –por primera vez—el punto final de una obra interminable, se cierra el segundo volumen y termina la segunda parte para hibernar otro año con la ilusión de volver a cabalgarlo desde cero, salir a los campos de Montiel sobre un corcel aparentemente famélico y saludar a la del alba la hora repetitiva de la felicidad plena de salud y nuevos párrafos, los mismos que se duelen de los quebrantos y entuertos por desfacer, de los enredos de la razón de la sinrazón, de los olvidos y traiciones y por lo mismo, confirmar que agua de mayo no deje de ser alivio, aunque –por lo vivido—también significa llorar.
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