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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Cultura (a diestro y siniestro)

Mientras Vicente Barrera persigue, censura y reduce la cultura a un ajuste de cuentas ideológico, consagra el sacrificio de reses como el más sublime y determinante de los motores culturales

Miquel Alberola
El diestro, Enrique Ponce (derecha), y el vicepresidente y consejero de Cultura, Vicente Barrera, durante la presentación en Valencia del cartel de la feria taurina de Fallas.
El diestro, Enrique Ponce (derecha), y el vicepresidente y consejero de Cultura, Vicente Barrera, durante la presentación en Valencia del cartel de la feria taurina de Fallas.Miguel Ángel Polo (EFE)

Aparte de la depuración ideológica que lleva a cabo en (y desde) la Conselleria de Cultura, la presentación del cartel taurino de Fallas 2024 ha sido el acto con mayor entrega y emotividad “cultural” del vicepresidente de la Generalitat valenciana, Vicente Barrera, desde que corre la mecha de la legislatura. Más intenso incluso que su estampida por el patio de chiqueros del Palau para embestir en el vacío al ministro de Cultura. Sin embargo, ha pasado casi desapercibido. El matador de Vox se mostró cómodo y muy suelto ante el micrófono y un público pastueño que aplaudió que el cartel de Fallas se convirtiera en un mitin contra el Gobierno central. Y, cómo no, en un alegato impregnado de doctrina de bar con cabezas disecadas de toro y moscas para exorcizar las acusaciones de “tortura” y los intentos “de prohibición, de intolerancia y discriminación” que acechan a esta escabechina vestida de luces. Y ahí, el vicepresidente de la Generalitat se vino arriba. Dejó el capote y pasó a la muleta.

Cuadró al toro y lo glorificó como “cultura en mayúsculas”, como una suerte de causa de todos los efectos que definen la cultura. Incidió en cómo el toreo “ha sido capaz de permear a cualquiera de las bellas artes”, se gustó y remató la faena: “Nadie ha podido escapar al influjo de este gran arte, de esta gran cultura que a todos nos representa”. Y fuese y no hubo nada. Mientras el estoqueador persigue, censura y reduce la cultura a un ajuste de cuentas ideológico, consagra el sacrificio de reses como el más sublime y determinante de los motores culturales. ¿Los toros son cultura? ¿Son simulacro? ¿Son una costumbre? ¿Una fiesta? ¿Nos representa? Es evidente que los toros son cultura en mayúsculas. Pero cuando los pinta Picasso. Igual que lo son los bombardeos, como el de Gernika. O los fusilamientos, si los pinta Goya.

Los más grandes desmanes de la humanidad han “permeado” la literatura, la pintura o la música y no por ello son cultura. Ni en mayúsculas ni en minúsculas. Como no lo son las matanzas del ciclo troyano recogidas en la Ilíada. Ni la antropofagia de los gigantes de la isla de los Lestrigones, la saeta que atraviesa la garganta de Antínoo o el despiece del cuerpo de Melantio para ser arrojado a los leones en la Odisea. Ni el Holocausto judío ejecutado por los nazis del cine de Roberto Benigni, de Liliana Cavani o Steven Spielberg. Ni el terror del añorado franquismo de Barrera en las realizaciones del Equipo Crónica. Ni los homicidios de la literatura del true crime, siempre empezando por A sangre fría de Truman Capote (que no era torero).

Puede que los toros guarden vínculos con cultura (también el canibalismo tiene algo de gastronomía), pero no dan sentido al arte y a la cultura ni se equiparan a ellos. Es cierto que algunos rasgos culturales han “permeado” al toreo, al que Néstor Luján relacionó con el ballet ruso por su plasticidad (aunque es una danza macabra), pero Barrera tampoco es Jean Baudrillard. Ni el Juan Belmonte de Manuel Chaves Nogales. Ni el Ignacio Sánchez Mejías de Federico García Lorca. Ni siquiera es su abuelo, a quien Luján calificó como “un lidiador eficacísimo”. Quizá por eso el recordado Joaquín Vidal, que encumbró la tauromaquia residual del franquismo a la exquisitez literaria, incluía al futuro vicepresidente en su “nómina de afamados diestros sin vergüenza torera” por alguna que otra célebre espantá que derivó “en una bochornosa manifestación de prepotencia, desagradecimiento y falta de respeto a la afición”. Que es lo mismo que el diestro, ahora elevado al núcleo duro de la formación ultra, está haciendo desde la Generalitat con la cultura.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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