La importancia de saber quién eres
El sello distinto de los equipos hace que los ‘playoffs’ sean algo más pasables que otros años
La semana pasada leí un artículo sobre los Memphis Grizzlies en el que se definía el juego del equipo como una combinación de “coraje y trituración”, una forma de decir que son un grupo determinado que trabaja duro o, dicho con otras palabras, que se sostiene sobre la defensa de Marc Gasol, los codos de Zach Randolph y la máscara protectora de Mike Conley. Esa definición me pareció un poco bochornosa, especialmente cuando, siguiendo con su metáfora, el autor se refería a la cancha de los Grizzlies como “la trituradora”. Sin embargo, mientras avanzaba en la lectura, descubrí que me estaban dando ganas de ver el siguiente partido del equipo. Probablemente no fuese el texto lo que me impulsase a ello sino la forma en la que destacaba una identidad en la que me veo reflejado.
Los Grizzlies no son la única franquicia que tiene una personalidad propia. De hecho, la mayoría de los clasificados para los ‘playoffs’ este año la tienen. Los Bulls son una fortaleza. Golden State es un parque de atracciones. Los Rockets, una banda de rufianes antipáticos que llevan cuchillos y usan pañuelos (o barbas) para no ser reconocidos. Es ese sello distintivo lo que hace de estos ‘playoffs’ algo mucho más pasable de lo que son habitualmente, aunque su importancia va más allá de la potabilidad de las eliminatorias. La decisión de construir una identidad y ceñirse a ella ha mejorado a los equipos.
Se podría decir que el éxito depende más del talento que puedas poner en pista que de filosofías a largo plazo, pero tengo la impresión de que incluso en ese caso, podría ser cierto que el compromiso con unas señas sea un paso anterior a la buena fortuna agrupando talento. William Hutchinson Murray, un montañero escocés, escribió que “la providencia llega cuando nos comprometemos con nosotros mismos. De esa decisión surgen todo tipo de sucesos que se confabulan a nuestro favor aunque aparezcan como accidentes y encuentros casuales, y entonces surge una ayuda material con la que ni siquiera habíamos soñado”.
Los Bulls son una fortaleza. Golden State es un parque de atracciones. Los Rockets, una banda de rufianes antipáticos que llevan cuchillos y usan pañuelos (o barbas) para no ser reconocidos
Murray podría haber afirmado también que el éxito de los Clippers se debe en menor medida a la participación de sus jugadores nucleares que al compromiso del equipo que hizo posible ese núcleo de jugadores. O que los Wizards son buenos porque se han aferrado a su entrenador, Randy Wittman (incluso aún cuando Wittman no sea el tipo más brillante de la ciudad). O que LeBron James volvió a Cleveland en parte porque sus habitantes mantuvieron los dedos cruzados y sus esperanzas de que el hijo pródigo regresara algún día.
O que merece la pena ver un partido de los Grizzlies porque se agarran con uñas y dientes a un estilo de juego, incluso aunque su descripción de vergüenza ajena. Lo que me trae a la memoria un viejo proverbio que estoy a punto de acuñar: “Más vale tener un mal nombre, que no tener ninguno”.
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