Los anglicismos ‘fake news’(noticias falsas) y ‘deepfake’ (ultrafalsificación) ya son parte de nuestro acervo lingüístico, lo que confirma el impacto tremendo que la desinformación tiene en nuestras vidas.
La desinformación ha existido desde que nacieron los medios de información, pero el impacto de la digitalización y, más recientemente, de la inteligencia artificial (IA) nos conducen a escenarios en los que la posibilidad de alterar rotundamente la realidad es fáctica.
Esta confirmación la hemos padecido durante la pandemia del COVID-19 a través del sinfín de noticias falsas que, en muchos casos, afectaron nuestra confianza en las evidencias avaladas por la ciencia y nos acercaron más al pensamiento mágico y las agüitas arracimadas.
Pero la desinformación no solo nos quita confianza en la ciencia, sino que también puede ahondar sesgos de pensamiento y exacerbar la polarización, afectando la convivencia social. En ese sentido, hay mucha evidencia empírica que muestra cómo existen escenarios que se pintan idóneos para la siembra indiscriminada de ‘deepfake’. Por ejemplo, los procesos electorales.
Si consideramos que el resultado principal de la desinformación es la pérdida de confianza en la verdad, en el caso de los escenarios electorales esa pérdida de confianza y el debilitamiento de la credibilidad erosionan la democracia misma, en tanto atacan a sus instituciones y autoridades electorales.
Por ello, es muy útil hacerle seguimiento a lo que está pasando en el proceso electoral de la India, que, para los efectos, se está convirtiendo en un enorme laboratorio de creación de desinformación vía ‘fake news’, pero, sobre todo, de ‘deepfakes’. Y es que en un país de dimensiones enormes –las elecciones están convocando a casi 970 millones de personas de una población de más de 1.400 millones– la creación abrumadora de ‘deepfakes’ –clonaciones hiperrealistas de personas en vídeos creados mediante IA generativa– está construyendo una experiencia que fácilmente puede ser exportable a otras latitudes y elecciones.
Un reciente informe de la revista de tecnología “Wired” llamaba la atención sobre el carrusel de ‘deepfakes’ que proliferan en las redes sociales de la India, donde ya no solo encontramos a clones de candidatos a cargos públicos aseverando cosas cuestionables, sino que podemos encontrar a personalidades riesgosas que apoyan supuestamente a ciertos candidatos.
Las elecciones del 2026 todavía se ven algo lejanas, pero lo que está pasando en la India nos muestra un futuro que se puede dar en el Perú.
¿Podemos prevenir para no lamentar? Claro que sí. Lo interesante de estos fenómenos que ya se están produciendo en otras partes es que nos ayudan a emular algunas buenas prácticas de sanitización o, mejor aún, nos ayudan a definir acciones concretas.
Por ejemplo, una acción de fácil implementación y gran utilidad es contar con una Comisión Asesora contra la Desinformación –como hizo el gobierno de Gabriel Boric en Chile en el 2023– que provea lineamientos, conocimiento y buenas prácticas a los organismos encargados de llevar a cabo los próximos procesos electorales.
La existencia en el Perú de una Comisión Asesora contra la Desinformación de manera permanente sería un proyecto que podría emprender algún gremio vinculado a la labor de informar, como el Instituto Prensa y Sociedad (IPYS) o la Sociedad Nacional de Radio y Televisión (SNRTV), que presentaría un gran desafío e impacto social.