Maite  Vizcarra

Los expertos en en el y en el mundo tienen una especial admiración por los modelos nórdicos formativos. Entre ellos, se suelen identificar como buenas prácticas a emular los casos noruego y finés. Pero ¿es posible replicar algo de esos modelos en nuestro país? ¿Podrían ayudarnos a liberar el nudo gordiano de la educación?

Antes de responder a estas interrogantes, conviene preguntarse cómo así empezó a ser popular la admiración por este modelo educativo. En particular, por el finés. La absolución a esta interrogante debe situarnos en el año 2001: entre decenas de países, el país vikingo sobresalía por sus resultados en los exámenes PISA en matemáticas, lectura y ciencia.

Desde entonces, y durante más de una década, expertos, , periodistas y sociólogos se han lanzado a glosar las excelencias del sistema educativo finés. Y su excelencia se ha mantenido incólume por más de una década.

Si bien se ha escrito mucho respecto del caso finés, en este –al igual que en el modelo noruego– hay elementos sociales e históricos que tal vez le dan un color propio de difícil repetición.

Por ejemplo, es bien sabido que en ambos modelos el rol de los maestros es fundamental, siendo ellos los verdaderos artífices del éxito social de esas sociedades tan desarrolladas.

Ese peso gravitacional que los profesores tienen en estos países está fuertemente vinculado con el rol histórico que han jugado en la construcción de una identidad nacional. Ambas naciones se forjaron como países libres y soberanos hace no mucho –casi luego de la Segunda Guerra Mundial– y luego de haber sido colonizadas por otros países nórdicos como Suecia o Dinamarca. Los maestros han sido los agentes encargados de inocular los verdaderos valores de las noveles naciones, a través de una educación que llega a todos los niños y al resto de la población. De cierta manera, la identidad y la tradición nacional reposaban en el papel de los maestros de escuela, que eran una suerte de depositarios de la identidad nacional, las costumbres y todo el acervo cultural que forja una nación.

De ahí que, cuando se glosa hoy el importante rol que tienen los maestros escandinavos en sus respectivos contextos, sea necesario matizar el porqué de esta situación.

Ahora volvamos al Perú y al martes último, cuando fueron reconocidos varios docentes nacionales que se hicieron acreedores de las Palmas Magisteriales. Entre ellos, estaba el maestro Gerson Ames, natural de Huancayo y que imparte clases en una escuela rural de Huancavelica.

El maestro Ames fue reconocido con el galardón no porque impulse valores cívicos o de identidad nacional, al estilo escandinavo. No. Digamos que su aporte se orienta más bien a lograr que sus alumnos empiecen a pensar de una manera distinta, acaso innovadora. “Hay que enseñar a pensar a los niños fuera de la caja y a salir de su ‘zona de confort’”, me decía el martes, cuando charlábamos con ocasión de una entrevista para TV Perú.

Ames enfatizaba con una pasión contagiosa en sus dichos la necesidad de construir entre las poblaciones más jóvenes del Perú la capacidad de saber pensar de manera clara y distinta –como diría Descartes– o, en otras palabras, de manera ordenada. “En el Perú, es necesario enseñar a pensar a las personas, porque muchas no lo saben hacer”. Y razón no le falta al profesor.

El nudo gordiano de la educación peruana, que radica en elevar su calidad al tiempo de lograr mejores y más comprometidos maestros, tal vez pueda resolverse si también reconfiguramos el rol de los maestros en el país. No solo necesitamos buenos profesionales o gente que pueda insertarse rápidamente en la educación superior. Necesitamos, sobre todo, personas con un alto sentido cívico y capacidad crítica para comprometerse con la nación. Tal vez esa sea la clave para un relanzamiento de la carrera magisterial. ‘Role model’ como Ames existen; es cuestión de identificarlos y no dejarlos desfallecer en sus afanes innovadores.

Maite Vizcarra Tecnóloga, @Techtulia

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