En la película “La condesa descalza”, la bella condesa Torlato-Favrini, nombre de casada de la famosa actriz española María Vargas, ha fallecido. Como una galería de voces, accedemos a su historia desde los diferentes puntos de vista de quienes la conocieron. El personaje interpretado por Ava Gardner es una mujer libre que desaira a cualquier amante, entregada solo al flamenco y a su independencia. Una mujer que pisa descalza y fuerte, imposible de asir.
Algo parecido sucede cuando recordamos la visita que, hace 70 años, hizo la actriz a nuestra capital. El argumento del filme dirigido por Joseph L. Mankiewicz en 1954 parece haber moldeado las fantasías de miles de limeños que soñaron con aquella mujer inalcanzable. Cuando la realidad relee la fábula fílmica, produce relatos tan delirantes como el de una estrella corriendo descalza por la plaza San Martín, mientras John Wayne la persigue para convencerla de volver al hotel Bolívar. Qué importa que ambos nunca coincidieran en Lima: el mito que todo lo mezcla.
Lo cierto es que Ava Gardner llegó a una Lima plomiza y conservadora, resignada a vivir bajo la dictadura de Odría, y que recién aprendía a bailar el mambo, luego del concierto de Pérez Prado seis meses antes. Siendo ella la libertad personificada, estaba claro que dejaría una huella profunda en la capital.
Ava viene
El 25 de agosto de 1954, El Comercio publicó la noticia: Gardner llegará a Lima en dos días. Se trataba de un “viaje de vacaciones”, coincidente con la promoción de “La condesa descalza”. Lima era la primera estación de una gira de dos semanas que la llevaría por Santiago, Buenos Aires, Montevideo y Río de Janeiro.
Pongamos contexto a su visita: como explica el crítico de cine Ricardo Bedoya, las visitas de estrellas a la Lima de entonces, como Orson Welles, Joan Fontaine, James Stewart, John Wayne o la misma Ava Gardner, se inscribían en la política comercial de un Hollywood en expansión, que construía enormes salas de cine y apostaba por el Cinemascope para competir con la televisión. Mientras tanto, florecía una prensa de espectáculos local con periodistas como Pepe Ludmir, editor de espectáculos de “El Comercio”; Mario Castro Arenas, de “La Prensa”; o Guido Monteverde, de “Última Hora”.
La expectativa mediática era alta: “Ava Gardner aclarará su romance con Luis Miguel Dominguín”, promete el titular de El Comercio de la víspera. La narrativa del artículo es fiel al diseño de los productores de la Metro-Goldwyn-Mayer: presenta a la actriz como una modesta muchacha de pueblo, hija de agricultores, estudiante de secretariado antes de ser descubierta para el cine. Pero Ava Gardner era mucho más que eso: mito sexual, aficionada al jazz, al alcohol, a las noches interminables en Los Ángeles o Madrid. Sus amores, sus peleas con Frank Sinatra y su afición a la ‘dolce vita’ nutrían su leyenda de mujer fatal.
Los reporteros limeños estaban listos para preguntarle sobre su reciente romance con el torero Luis Miguel Dominguín, si se divorciará de Frank Sinatra o si estaba enamorada de Clark Gable, como se rumoreaba entonces. ¿Qué respondería Ava?
El 27 de agosto, a las 7:30 de la mañana, la señorita Gardner llegó al aeropuerto de Limatambo en el vuelo 603 de Braniff. Se detuvo en lo alto de la escalinata, admirando ingenua el despliegue de tropas y bandas militares alineadas cerca. Sin embargo, no era un recibimiento para ella, sino una despedida para el dictador Odría, que partía a la ciudad de Tacna. Gardner pisa la pista y debe detenerse unos instantes para recibir las descargas de los flashes de los reporteros gráficos arremolinados en torno suyo, a lo largo de su camino a las oficinas de Córpac. El redactor de El Comercio la describe: Alta, esbelta, cabello café oscuro, de ojos verde claro, vestida de traje sastre rosa y estola de zorros plateados. “Ava Gardner llegó fatigada y con sueño; nada dijo sobre Luis Miguel Dominguín” titula su nota, sugiriendo la decepción del escriba. Deberá esperar a la conferencia de prensa, prometida para el día siguiente. El redactor evidencia su frustración con un párrafo injusto: “Maquillada con sencillez, Ava no lucía esa radiante belleza que ostenta en la pantalla. Tal vez la fatiga del viaje influía en su estado. Alguien comentó que había salido de la fiesta de despedida en La Habana directamente al avión que la trajo a Lima”.
La conferencia de prensa
Al día siguiente, a las 8 en punto de la noche, el Salón Dorado del hotel Bolívar estaba a tope de periodistas. Y ella responde a todos repartiendo sonrisas: sobre el torero Dominguín dirá que es solo un amigo. “Y nada más”, enfatiza. Que no tiene nada que añadir respecto a su divorcio con Sinatra, que su trámite legal sigue en Estados Unidos. Que no tiene pensado casarse nuevamente ni tiene preferencias por un determinado tipo de hombre. “Los asuntos del corazón no pueden planearse de antemano”, afirma.
Hay tiempo para hablar de su trabajo: Ava Gardner consideraba que “La condesa descalza” es la más lograda de sus interpretaciones, y menciona a Clark Gable, Gregory Peck y Robert Taylor como sus actores preferidos. Compartirá además su opinión sobre Marilyn Monroe: “Es una mujer adorable. Creo que para el hombre de la calle reúne los atractivos más incitantes de la feminidad”.
La noche siguiente, la actriz visitará el club Los Cóndores en Chosica, para participar de una fiesta en su honor con Augusto Felipe Wiese de Osma, presidente del club, como anfitrión. El redactor de El Comercio menciona el conjunto de color negro que destaca la silueta de la actriz. En dos horas, Gardner intercambiará saludos con el jet set limeño, brindará por la prosperidad de la institución y bailará (“con distinción”, dice la nota) con los socios más conspicuos, antes de abandonar el lugar entre aplausos. Pero la prensa seria no aborda lo que sucederá más tarde, las míticas fiestas en el Bolívar en las que todos deseaban estar, pero solo los elegidos por la actriz podían entrar. Veladas que muchos creen una leyenda urbana, pero que eran una realidad para una élite.
A la mañana siguiente, a las 7 de la mañana, la actriz llegó a Limatambo para continuar viaje a Santiago. La acompañan al aeropuerto agentes de relaciones públicas de Panagra y de United Artist. Hay aún periodistas persiguiéndola, y para ellos la diva solo tiene declaraciones de agradecimiento por el cariño recibido. Afirmó que esperaba regresar para conocer el Cusco. Nunca volvió.
Las noches inéditas
Las notas publicadas son escuetas, enfocadas en lo bien tratada que se sintió la diva y el respeto de su público masculino limeño. Pero, como señala el crítico Ricardo Bedoya, silencian las comprobadas borracheras de la diva en el Grill del hotel Bolívar o en el Negro Negro, eligiendo como pareja íntima a Julio Tijero, periodista deportivo de “Última Hora”. El ‘affaire’ le abrió al peruano la oportunidad de pisar Hollywood, aunque fugazmente: el portal IMBD solo registra una breve participación como extra en “La vuelta al mundo en 80 días” en 1956.
Es significativo que en la autobiografía de la actriz no encontremos líneas de su paso por Lima: el tour por América Latina parece solo un compromiso laboral. La diva solo destinará espacio en sus memorias al maltrato sufrido en Río de Janeiro, el 9 de setiembre, al final de su gira promocional. En efecto, cuando Ava llegó al aeropuerto de Galeão, una multitud rompió la barrera policial, invadió la pista y se abalanzó sobre ella. Al llegar al vestíbulo del hotel, Ava, hecha una furia, mostró a los periodistas sus pies descalzos. La turba le había robado los zapatos. “Por favor, llévenme al elevador” rogó. El “New York Times” titularía así el acoso a la actriz: “Ava, descalza, rompe relaciones con Brasil”.
Descalza en Madrid
Después de la gira, Ava Gardner se instalaría en España, país que había conocido tres años antes para rodar “Pandora”. En la península encontró las grandes pasiones de su vida: los toros, el flamenco, la fiesta y al torero Luis Miguel Dominguín. Vivió en Madrid hasta 1968, en plena dictadura franquista, protagonizando memorables juergas en su departamento (cuentan que sacó a bailar al guardia civil que había llegado a clausurar una de ellas) y desafiando las quejas por el ruido de otro dictador, el exiliado Juan Perón, que vivía en el piso de abajo.
Como advierte Ricardo Bedoya, el paso de Ava Gardner en Sudamérica y la narrativa amable urdida para dar cuenta de su viaje revela cómo entendemos a las estrellas de cine: “Una estrella es una identidad asociada a un tipo de emoción, que el público paga por ver. Y la actriz tiene que ser fiel a esa imagen, no puede contradecirla”, explica el crítico. Así, desde sus primeros años, Hollywood ha venido construyendo sus películas sobre la base de esa identidad.
Ava Gardner encarna un cambio en el Hollywood de la posguerra, cuando aparecen personajes femeninos ambiguos, en los que se advierte cierta maldad, cálculo y frialdad que las hace más atractivas. “En el caso de Gardner, hay un deslizamiento de su figura ambigua del cine negro, en filmes como “Los asesinos” (1946), para luego encarnar a la mujer de belleza inalcanzable, como en “Pandora” (1952). Ava Gardner era la estrella para un público que había dejado de ser ingenuo. Ella está allí, creando un puente entre el mito cinematográfico, su belleza y el escándalo”, añade.
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