Dejemos de vivir engañados. Si hubiera un Mundial de hinchas, los peruanos no llegaríamos hoy ni al repechaje. No nos equivoquemos. Desear un Mundial más que nada no nos hace buenos hinchas. Es verdad, probablemente en ganas pocos nos derrotarían. Son 36 años. Pero la sensación de querer vomitar, el sudor en las manos, la ansiedad que no te dejó dormir anoche, la inevitable cuenta regresiva que hiciste hasta hoy, tu camiseta en el pecho desde que despertaste y tu corazón acelerándose, solo dejan al descubierto que naciste en un país futbolero. No somos Nueva Zelanda. Somos Perú. Y estamos cansados de prestar nuestra voz a otras selecciones cada cuatro años.
Pero todo eso no nos hace ser los mejores hinchas del mundo. Duele, pero no hay mejor momento que este para asimilarlo. Tenemos pocas horas. Porque nunca podremos ser los mejores mientras seamos los primeros en hacer leña al jugador que se equivocó, en abandonar a nuestro equipo cuando más aliento necesita y luego subirnos al coche, sin roche, cuando todo vuelva a mejorar. Maldito circulo vicioso.
Estamos a puertas de nuestro partido más importante en los últimos años y no podemos seguir siendo los mismos de todas las eliminatorias pasadas en las que fracasamos. Perdón por decirlo, pero salvo ciertas barras, no hemos demostrado lo contrario.
Poco nos importa tener una Selección Peruana nueva. Que no es perfecta futbolísticamente, pero que busca serlo. Querías un cambio generacional, lo tienes, aunque Gareca se empeñe en negarlo. Querías un equipo cien por ciento comprometido, lo tienes. Querías un equipo que gane de visita y rompa malas rachas, lo tienes. Querías un equipo que sepa lo que es darle vuelta a un marcador, lo tienes. Querías un equipo capaz de salir del hoyo con amor propio, también lo tienes. Pero sobre todas las cosas pedías a gritos un equipo que te lleve al Mundial y, léelo bien, al final del día podrías tenerlo.
Cómo no.
Es aquí donde te tocará ser ese hincha que nunca fuiste. En cualquiera de los dos casos, párate y aplaude. Llora. Porque seguramente será inevitable. Infla el pecho y siéntete orgulloso. Si lo perdemos no será conformismo, será amor. Porque ser un buen hincha no es pagar dos mil soles por una entrada que inicialmente valía cien. Tampoco ir al estadio y cantar solo después de que te hicieron gritar un gol. Y por un ratito. Mucho menos mentarle la madre al televisor cuando tus jugadores se equivocan y los nervios se los están comiendo vivos. ¿Qué te hace pensar que ellos no lo desean tanto como tú?
Ser un buen hincha es tan sencillo y cliché como ser incondicional. Tan sencillo como solo estar. En las buenas y en las malas. Ganando o perdiendo. Yendo al Mundial o no. Incluso para volver a empezar.
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